¿OYE DIOS NUESTRAS ORACIONES? (Segunda Parte)
Dios nunca permite que nuestras pruebas y tentaciones sean mayores de lo que podemos soportar (1 Corintios 10:13) y la Biblia muestra cómo Dios mismo sufre cuando comparte los sentimientos de la experiencia humana (ver, por ejemplo, Isaías 63:9). No hay mayor evidencia de esto que en el sacrificio voluntario del amado Hijo unigénito de Dios, quien "cuando padecía no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga con justicia." El Señor Jesús recibió mucho fortalecimiento durante su vida a través de la oración; sin duda alguna esto fue lo que ocurrió en el momento de mayor tribulación:
"Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen" (Hebreos 5:7-9).
Así nuestro tema es ejemplificado vivamente. Se pudiera decir que la oración del Señor no fue oída, puesto que no fue librado del sufrimiento. Sin embargo las escrituras declaran plenamente que Jesús fue oído; pero no era la voluntad de Dios que la experiencia le fuera quitada. Entonces, ¿vale la pena orar? Los evangelios muestran que en el proceso de exponer su situación ante el Padre celestial, aun en medio de agonía mental, Jesús estaba en realidad aceptando la necesidad de la cruz que debía llevar:
"Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lucas 22:42).
Una fuente de fortalecimiento
Pero eso no era todo. La oración no es únicamente una forma de solucionar nuestros problemas en presencia de Dios. También puede proveer un poder fortificante muy real:
"Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle" (Lucas 22:43).
Entonces, nuestras oraciones no deben ser egoístas, aunque podemos exponer nuestros problemas personales ante Dios. Aun en nuestras mejores y aparentemente más desinteresadas peticiones debemos aceptar que Dios es mucho más sabio que nosotros:
"¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?" (Job 2:10).
Sea la que sea, nuestra petición debe estar condicionada por la frase del Señor: "pero no se haga mi voluntad, sino la tuya." Esto no se aplica lógicamente cuando pedimos lo que Dios ha declarado claramente que es su voluntad. Es innecesario, por ejemplo, cuando oramos por el regreso de Jesús añadir: "si es tu voluntad," puesto que sabemos que esa es la voluntad de Dios.
Aunque Dios decida no hacer un milagro en favor nuestro no es porque no le interese. Es porque El está operando en nosotros el milagro de transformar nuestro carácter para que sea igual al de su Hijo. Para el verdadero creyente no hay nada que pueda separarlo del amor de Dios en Cristo Jesús:
"Aunque ande en valle de sombra de muerte,
No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo" (Salmo 23:4)
La petición del Padrenuestro, "El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy," nos recuerda cuán simples y sencillas son nuestras necesidades básicas y también nos recuerda de nuestra necesidad primordial de ese pan vivo del cielo que comemos cuando compartimos la vida de sacrificio personal de nuestro Señor: "y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo" (Juan 6:51).
Consecuencias prácticas
Ya hemos visto que para que nuestras oraciones sean efectivas necesitamos pensar en armonía con la mente de Dios. Una forma correcta de pensar tendrá consecuencias prácticas. El primer mandamiento es que amemos a Dios; el segundo es que amemos a nuestro prójimo. El segundo es una consecuencia del primero y debe reflejarse en nuestra preocupación práctica por el bienestar de otros.
"Perdónanos nuestras deudas (pecados)": así enseñó el Señor a sus discípulos a orar. Sin ese perdón de nuestros pecados no hay forma de poder gozar una relación con Dios que nos permita dirigirnos a El como "Padre nuestro." Tenemos que aceptar la consecuencia práctica de pedir perdón de nuestros pecados a Dios. Primero, Jesús declaró:
"El que creyere y fuere bautizado, será salvo" (Marcos 16:16).
Después de realizar este acto de fe, ya no somos "extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios" (Efesios 2:19). Esa relación con aquellos que ahora son hermanos y hermanas en el Señor, nos impone ciertas exigencias y requiere que cumplamos nuestras responsabilidades como miembros de la familia de Dios. Y esto a su vez requiere que nosotros mostremos amor y compasión a todos los hombres, predicando el evangelio del perdón de Cristo en nuestras palabras y acciones.
El Señor enfatizó estas consecuencias prácticas cuando a las palabras "perdónanos nuestras deudas" añadió la confesión que llega hasta lo más recóndito del corazón: "como también nosotros perdonamos a nuestros deudores" (Mateo 6:12). La Biblia condena rotundamente a aquellos que honran a Dios con sus labios mientras sus corazones están lejos de él.
"No amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad" (1 Juan 3:18).
La oración no puede ser efectiva si actuamos en una forma que contradice completamente la relación que proclamamos tener con Dios en nuestras oraciones.
Preocupación por otros
"Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda," aconsejó Pablo a Timoteo (1 Timoteo 2:8). El que tenga rencor contra su hermano, rehúse hablar con él o fomente problemas en su contra, no puede esperar el perdón de Dios.
"Si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda" (Mateo 5:23-24).
Esta es la enseñanza de Jesús.
El apóstol Pedro expresa una idea similar, enfatizando en esta ocasión la importancia de las relaciones correctas en nuestros hogares y del cumplimiento de nuestras responsabilidades con nuestras familias:
"Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honra a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo" (1 Pedro 3:7).
Es bueno que en nuestras oraciones llevemos ante Dios las necesidades de otros. Esto a su vez no sólo nos ayuda a ver nuestros propios problemas en perspectiva, sino que nos recuerda nuestra responsabilidad de hacer algo por aquellos por quienes oramos. Cuando el apóstol Pablo escribió a los creyentes de Tesalónica él tenía en mente con qué regularidad oraba por ellos, pero también recordó las medidas prácticas que tomó para auxiliarlos en sus necesidades cuando les envió a Timoteo para confirmarlos y exhortarlos en la fe (1 Tesalonicenses 1:2; 3:1-3, 9-13).
Las personas reciben mucha fortaleza de espíritu al saber que se están ofreciendo oraciones por ellas, y muchos pueden testificar de la forma en que la oración les ha abierto las puertas de la oportunidad.
"No nos metas en tentación"
Esta petición concierne directamente a la necesidad del perdón de los pecados para que nuestra relación con Dios pueda mantenerse. Debemos revisar en oración nuestro progreso espiritual ante el Señor, confesándole nuestros fracasos, sabiendo que aquellos que han entrado en conversación con El por medio del Señor Jesús están seguros de recibir el perdón de los pecados:
"Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1:9).
Lógicamente, es de esperarse que no salgamos y volvamos a cometer el mismo pecado deliberadamente, aunque es muy probable que a pesar de nuestras mejores intenciones, frecuentemente fallemos y cometamos la misma falta. Hay una diferencia muy marcada entre el pecado calculado y deliberado y el pecado que se repite por debilidad. El velar frecuentemente se asocia con la oración. Implica el estar alerta, en guardia espiritual, con la determinación de no caer en los tentáculos del pecado. Jesús exhortó a sus discípulos:
"Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil' (Mateo 26:41).
Si oramos pidiendo ayuda para evitar el pecado, sin duda recibiremos ayuda si permitimos que la palabra de Dios nos influya y guíe, si nos asociamos con nuestros hermanos y hermanas, si evitamos las situaciones que sabemos van a debilitar nuestra determinación.
¿Dónde, cómo y cuándo?
No hay ningún aspecto de la vida espiritual que no se relacione con la oración. Por lo tanto "orar sin cesar" no significa hablar con Dios sin parar. El punto principal es que cada momento de nuestra vida debe realizarse teniendo conciencia de la presencia de Dios.
Sin embargo, hacemos bien en apartar ciertos momentos para concentrar nuestros pensamientos en conversación con Dios. La ley de Moisés estableció que el sumo sacerdote debía quemar incienso (un símbolo de la oración) mañana y tarde. Es bueno que comencemos el día con Dios y que revisemos los acontecimientos del día con él antes de irnos a la cama. Las comidas nos dan otra oportunidad, en especial cuando estamos en familia, para algo más que una expresión de gratitud; una oportunidad de hablar con Dios y con nuestra familia acerca de las varias necesidades y preocupaciones. Otras oportunidades se presentarán de acuerdo a las circunstancias y obligaciones de cada persona.
No es necesario adoptar una determinada posición para orar. Podemos arrodillarnos junto a la cama por la noche; en otras circunstancias podemos estar parados, sentados o acostados. Cuando Nehemías compareció ante el rey de Persia y se le dio la oportunidad de hacer una petición en nombre de su pueblo, primero hizo una silenciosa petición de ayuda a Dios (Nehemías 2:4). Este incidente revela perfectamente la naturaleza práctica de la oración. No hay ninguna circunstancia en la que no sea de ayuda.
Cuando leemos la vida del Señor Jesús, podemos ver cómo la oración era parte de su experiencia diaria, la fuente de renovación, de guía y de fortaleza que le permitía cumplir su exigente papel. Lo vemos en una montaña, solo, pasando la noche en oración antes de tomar decisiones trascendentales, o buscando ayuda antes de embarcarse en una fatigante gira de predicación. Si hubo alguien que con su vida ejemplificó el poder de la oración, esa persona es el Señor Jesús. Si, como debiera ser, sentimos que son insuficientes nuestros esfuerzos por tener comunión con Dios, y expresar los deseos más profundos de nuestro corazón, entonces tenemos el consuelo de saber que si le hemos dado a Jesús nuestra lealtad, él llevará nuestros débiles esfuerzos a la presencia de su Padre, perfeccionando lo que haga falta:
"por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos" (Hebreos 7:25).
Oración y compañerismo
Tenemos la responsabilidad individual de cultivar el hábito de la oración y esta responsabilidad se extiende a nuestra familia. Ya hemos visito que la oración efectiva nos debe guiar a la aceptación del evangelio por medio de la creencia y el bautismo, con las responsabilidades que se derivan del hecho de habernos convertido en miembros de la familia de Dios. Jesús mismo rogaba por el testimonio eficaz de aquellos que habrían de unirse a esa familia por medio de la predicación de la palabra de verdad (Juan 17:17-23).
Orando juntos
Hombres y mujeres que están unidos por la enseñanza del Señor deben orar juntos. Leemos que aquellos que fueron bautizados en el día de Pentecostés como consecuencia de la predicación de Pedro
"perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones" (Hechos 2:42).
Cuando los creyentes se reunían en el primer día de la semana para recordar el sacrificio de Cristo por medio del partimiento del pan, y en otras ocasiones cuando se presentaba la oportunidad, la oración naturalmente formaba parte de su adoración y testimonio. En los Hechos de los Apóstoles encontramos situaciones conmovedoras cuando los discípulos se fortalecían mutuamente, muchas veces en circunstancias muy difíciles. Leemos que el apóstol Pablo habló con vehemencia a los ancianos de Efeso acerca de sus responsabilidades, y que después, "cuando hubo dicho estas cosas, se puso de rodillas, y oró con todos ellos" (Hechos 20:36). Más tarde, durante el mismo viaje, Pablo y sus compañeros se detuvieron brevemente en Tiro. No vacilaron en buscar a los discípulos en esa ciudad y cuando iban a partir encontramos la siguiente escena:
"Acompañándonos todos, con sus mujeres e hijos, hasta fuera de la ciudad; y puestos de rodillas en la playa, oramos" (Hechos 21:5).
Es posible, claro está, que una persona viva en completo aislamiento de sus hermanos y hermanas en el Señor. Visitas, cartas, y llamadas telefónicas ayudan a mantener esa comunión vital. Pero cuando podemos reunirnos regularmente para compartir el trabajo y el testimonio de "la familia de la fe" no tenemos excusa si eludimos esas responsabilidades. Además de incumplir nuestro deber de fortalecer a otros, nosotros mismos dejaremos de recibir el fortalecimiento que proviene de la oración y la adoración en unión con nuestros hermanos.
Las bendiciones de la oración
¡Cuántas bendiciones provienen del compañerismo que puede existir entre aquellos que buscan la voluntad de Dios por medio de su palabra y se unen a través de su asociación con la persona y la enseñanza del Señor Jesucristo! Un estudio de las vidas de los grandes hombres de fe de los tiempos bíblicos revela hasta qué punto la práctica de la oración era una parte fundamental de su estilo de vida. Por ejemplo, el rey David pudo triunfar sobre las tempestades de su vida y alcanzar un estado de calmada y gozosa seguridad en base a su fe en Dios. Los salmos de David suministran numerosos ejemplos del poder de la oración:
"Gustad, y ved que es bueno Jehová;
Dichoso el hombre que confía en él." (Salmos 34:8)
Dios mismo nos reta a que probemos por nosotros mismos los beneficios de esa confianza y obediencia que es la base de la verdadera adoración:
"... y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde" (Malaquías 3:10).
A cada uno de nosotros se extiende una invitación para que a través de "oración y ruego, con acción de gracias" podamos llegar a compartir la esperanza del evangelio, como resultado de lo cual "la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús" (Filipenses 4:6,7).
"Venga a mí tu misericordia, oh Jehová;
Tu salvación, conforme a tu dicho" (Salmos 119:41).
Michael G. Owen
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Todas las citas bíblicas se han tomado de la versión Reina-Valera, revisión de 1960, con excepción de las marcadas DHH, que provienen de la versión Dios Habla Hoy.
Publicado por la Misión Bíblica Cristadelfiana
Los Cristadelfianos somos una comunidad mundial de estudiantes de la Biblia. Si quisieras saber más acerca de nosotros y nuestras enseñanzas, por favor toma unos momentos para conocer www.labiblia.com o si tienes preguntas mándanos un correo a preguntas@labiblia.com. Tenemos un muy amplio surtido de información acerca de las verdaderas enseñanzas de la Biblia
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