PARÁBOLA DEL RICO Y LÁZARO


 



                                                                  ¿ENTIENDES LO QUE LEES? 




Otro pasaje que se utiliza mucho para defender o sostener la falsa doctrina del estado intermedio, es Lucas 16:19-31; la parábola del rico y Lázaro. El relato dice que ambos, después de morir,  se encontraron en el Hades, incluso Abraham, también se encontraba allí. Muchos enseñan que esta historia, narrada por Jesús, no es una parábola, sino un hecho real del que él tenía conocimiento. Tal suposición tiene como argumento el hecho que Jesús usara nombres propios en su narración, detalle que no aparece en otras parábolas. Pero  nada puede ser más absurdo que esta teoría. En primer lugar, porque ésta es la última de una serie de parábolas que pronunció  Jesús entre los capítulos 14 y 16 de Lucas para ilustrar a los judíos de su tiempo, el gozo y las bendiciones que experimentarán aquellos que sean dignos de entrar en su reino que pronto sería instaurado, en contraste con el sufrimiento y tormento de quienes estén excluidos de él, como sería el caso de la nación hebrea apostata. Al hacer un rápido recorrido por todos los ejemplos que Jesús pronunció en esa ocasión, uno puede percibir que de un modo muy discreto el tema central de su pictórico discurso, tiene que ver con la exclusión irreversible de la nación judía a los privilegios del reino que pronto llegaría. Tal exclusión no era simplemente por un decreto divino, sino que, lamentablemente por la dureza de sus corazones al rechazar al Cristo, y por la insensatez de creer que nada ni nadie podría removerlos de su posición.


Las parábolas de Lucas 14 al 16


     La mención a aquellos que buscaban los primeros asientos en el banquete de bodas (Lc.14:7), era una clara alusión a la arrogancia de los líderes judíos, quienes se creían con todos los derechos y privilegios por sobre los demás; lo mismo hacían el resto del pueblo con respecto a los gentiles y gente desposeída de bienes y salud. La advertencia era: que si no se humillaban y arrepentían, otros serían puestos en el lugar de ellos. Luego Jesús narra la parábola de la gran cena (Lc.14:15), en respuesta a uno que le insinuó, cuan bienaventurado sería el que comiera pan en el reino de Dios. Los primeros convidados indudablemente eran los judíos, pero estos al rechazar la invitación de Dios, en la persona de su Hijo, la oferta llegó a esos que ellos despreciaban, los gentiles. Les advirtió sobre la importancia de abandonarlo todo por él, de lo contrario no eran aptos para el reino (Lc.14:33). Cuando habló de cuan buena era la sal, pero que si ésta perdía su sabor no servía para nada y solo había que tirarla fuera (Lc.14:34, 35), se refirió nuevamente a los judíos, quienes no estaban cumpliendo con su rol en el mundo, de acuerdo con el propósito de Dios y, por lo tanto, los dejaría fuera de su reino.  Es interesante observar la indicación que hace al finalizar la parábola: «El que tiene oídos para oír, oiga».


     Las tres parábolas del capítulo 15 ilustran una misma lección: la acogida tierna y amorosa que da el Señor en su reino, a quienes, legalmente, no la merecen, y subraya la condición secundaria que da a quienes creen merecerla. De esta forma llegamos al capítulo 16 donde Jesús narra las últimas dos parábolas; y aunque los personajes y circunstancia varían entre una y otra, hay una gran similitud entre ambas. La primera, trata de un hombre rico que tiene un mayordomo acusado de disipar sus bienes, pero que éste, al ser llamado por su amo a rendir cuenta de su mayordomía y recibir la noticia que ya no seguiría como administrador de sus bienes, actuó sagazmente, pero haciendo algo ilícito, renegociando las cuentas de los deudores de su amo, con el fin de que al ser despedido, ellos le acogieran en sus hogares. El relato dice que el amo alabó la acción del mayordomo, pero no dice que le perdonó, pues, le llama mayordomo malo (v.8). No se debe pensar que esta historia avala las acciones ilícitas con tal de obtener beneficios; no, en lo absoluto. Jesús al concluir la parábola dijo: que quien no era fiel o leal con lo ajeno, no se le podría entregar lo que sí le pertenecía (v.12); Israel no fue un administrador fiel de los bienes de su Dios, muy por el contrario, despilfarró las riquezas de Dios y ,por lo tanto, fue despojado de su mayordomía. En Mt.21:43 leemos lo que Jesús dijo a los principales sacerdotes y  fariseos: Por tanto os digo, que el Reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él.  El cristiano está llamado a ser un buen administrador de los bienes de Dios: Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel (1Cor.4:2). Y por último, nos encontramos con la parábola que nos llevó a hacer este recorrido, el rico y Lázaro.


     Los tres personajes descritos en la historia (el rico, Lázaro y Abraham) están muertos, pero actúan como si no lo estuviesen. Se ven completos físicamente, sienten sed, pueden hablar, mirar, experimentar. La Biblia en el Antiguo Testamento enseña que en el lugar a donde van los muertos no hay actividad alguna:  Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría (Ecles. 9:10). Por otro lado, Jesús enseñó que quienes fueran dignos de alcanzar la resurrección de entre los muertos, la que tendría lugar dentro de aquella generación, no podrían hacer ya más  ninguna actividad que hacían cuando estaban en vida, porque serían semejantes a los ángeles de Dios (Lc.20:35 y 36), por lo tanto, en este relato no hay ningún fundamento bíblico para sostener la falacia del estado intermedio.


    En segundo lugar, y como ya expliqué, ésta es una parábola, y como tal, los personajes, aunque aparezcan con nombres propios, e inclusive que hayan existido, en este caso, no son más que seres imaginarios que dan vida a una historia ficticia con el fin de ilustrar una enseñanza o lección moral.


    La parábola del rico y Lázaro, se basa en la creencia popular de los hebreos que sus muertos iban al seno o pecho del patriarca Abraham a descansar, tal lugar era el Sheol o Hades (palabra hebrea y griega para sepulcro). Al Seol iban todos los seres que morían, sin importar si eran buenos o malos, todos igualmente llegaban allí[1].


     Considerando todos estos argumentos expuestos en los tres puntos anteriores, podemos concluir que bajo ningún aspecto la parábola del rico y Lázaro, describe lo que supuestamente habrá de ocurrir con los justos y los perdidos al final de los tiempos. La enseñanza aquí, como en la mayoría de las páginas del Nuevo Testamento, y muy en especial en los cuatro evangelios, tiene que ver exclusivamente con el pueblo judío de esa generación.


[1] Salmos 89:48  ¿Qué hombre vivirá y no verá muerte?  ¿Librará su vida del poder del Seol? Selah

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