El Reino de Dios en la tierra...

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El Plan de Dios para el Mundo.


Observada desde el espacio exterior, la tierra es asombrosamente hermosa. Esto ha sido confirmado por los astronautas que han tenido la oportunidad de verla desde esa perspectiva. La tierra es una hermosa joya en la creación de Dios y es el lugar escogido en todo el universo donde él ha prometido revelar su reino en toda su gloria. Por eso es tan bella.


Entre todos los planetas del sistema solar, solamente la tierra ha sido perfectamente acondicionada para todas las formas de vida y es el único planeta que gira alrededor del sol a la distancia necesaria para proveer condiciones confortables para la raza humana.


La Biblia: única fuente de información

Solamente la Biblia puede explicar la razón de ser de tales condiciones. Es porque fue el Creador


«el que formó la tierra, el que la hizo y la compuso; no la creó en vano, para que fuese habitada la creó: Yo soy Jehová, y no hay otro» (Isaías 45:18).


Pensamos que es lógico afirmar que si hay un Gran Diseñador y si él ha creado una raza de seres para que habiten nuestro planeta, entonces debe haber habido un objetivo final en su mente. Afortunadamente no tenemos que adivinar cuál es ese objetivo. Desde el día en que Dios puso al ser humano en la tierra, su propósito supremo fue que su creación correspondiera voluntariamente a su propia perfección:


«Porque la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar» (Habacuc 2:14).


La fase final del cumplimiento de esa intención es lo que la Biblia describe como el reino de dios en la tierra.


Un verdadero reino

Debido a que será un reino verdadero en el sentido físico y político, tendrá un rey, un gobierno, una capital y un sistema internacional de leyes. Dios ya delegó «toda potestad… en el cielo y en la tierra» (Mateo 28:18) a su propio Hijo, el Señor Jesucristo. Lo que es más, aprendemos que la fecha en la que se establecerá el reino ha sido señalada en el calendario divino:


«Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó» (Hechos 17:31).


El reino de Dios en la tierra pronto será una realidad. Las abundantes señales que anuncian su establecimiento no son el tema de este estudio; pero estamos totalmente convencidos de esto. El venidero reino milenario constituirá el evento más emocionante que el mundo jamás ha visto. Opacará todos los períodos de la historia conocidos por «el siglo de las luces,» «el período clásico,» «el renacimiento,» etc. El reino de Dios proveerá un magnífico ambiente en este hermoso planeta para todos los que reconozcan a Dios como Supremo Creador y a Jesucristo como Rey del mundo.


Un bello mundo

Use su imaginación por un momento. Piense en un mundo de paz, cuyos habitantes son saludables y bien alimentados y realizan labores provechosas. Imagine un mundo en el cual hay empleo para todos, donde la gente no es explotada y donde un hombre puede tener una vida larga y próspera. Un mundo en que el hambre y las pestes ya no matan a la cuarta parte de la población y donde todos los recursos de la tierra y el mar son aprovechados. Ya está teniendo usted una idea de lo que será el reino de Dios.


Ahora reflexione sobre la ausencia de fanatismo religioso o luchas sectarias. Imagine los beneficios de leyes aceptadas internacionalmente y administradas por jueces justos e insobornables. Evoque un cuadro mental de la vida sin terrorismo y abuso infantil, donde prevalece el amor al prójimo mientras las tendencias malignas son disuadidas; donde los gobiernos establecen buenas normas de conducta e implementan formas justas de retribución. ¡Eso será el reino de Dios en la tierra!


Para mucha gente, el reino de Dios es sólo una vaga esperanza de que algún día el hombre creará un estado de felicidad en la tierra. Para otros, el reino es un sueño de felicidad en los cielos. Pero la persona realista sabe que las aspiraciones y los esfuerzos de los hombres no están produciendo un mundo mejor para nosotros o nuestros hijos. De la misma manera, cualquiera que lee cuidadosamente la Biblia sabe que no hay evidencia en ella para la creencia común en una vida celestial después de la muerte. El reino tiene que ver con un imperio real y tangible que será establecido cuando el Señor Jesucristo regrese de los cielos a la tierra en un futuro cercano.


«Venga tu reino»

Los discípulos de Jesús encontraban que era difícil orar a Dios. ¿Qué debían pedirle? ¿Cuáles eran las prioridades? El Señor solucionó tales problemas enseñándoles lo que llamamos el Padrenuestro. Esta oración estableció las prioridades: Dios es un Padre, un proveedor; Dios ya posee un dominio en los cielos donde su voluntad es obedecida, y ese dominio o reino de Dios ha de establecerse también en la tierra. Esta era una poderosa plegaria:


«Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra… porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos» (Mateo 6:9-13).


La cristiandad aún repite esta oración. Las palabras «Venga tu reino» deberían estar siempre en los labios de los cristianos fieles.


La mayoría de seres humanos actúan como si no hubiera Creador ni propósito en el mundo que los rodea. Pero ellos no tienen excusa si consideramos las maravillas del cuerpo humano y los milagros de la vida vegetal. ¿Llegó a existir esto por casualidad, o fue diseñado? Aun los ateos se asombran ante las maravillas increíbles de las células vivientes. El apóstol Pablo, un hombre muy bien educado en su época, declara que el ateísmo es insostenible:


«porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa» (Romanos 1:19,20).


Dado que existe un Dios y que él tiene preparado un futuro para la raza humana, ¿podemos estar seguros que él nos ha revelado ese futuro? Por supuesto que sí. La Biblia en su totalidad, de principio a fin, revela las intenciones de Dios para la tierra. Él habló a los «padres» por medio de los profetas, y «en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo» (Hebreos 1:1,2). Esta es la razón por la que el evangelio del reino fue el principal tema de la enseñanza de Jesús. «Recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino» (Mateo 4:23). Él no dejó duda de cuando habría de llegar ese reino:


«Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones…» (Mateo 25:31,32).


¿En qué parte de la tierra estará el reino?

Para contestar esa pregunta remontémonos por un momento hasta el tiempo del Antiguo Testamento. En esa época los judíos pensaban que el reino de Dios en la tierra estaría limitado a Palestina. Sabían que Dios había prometido Canaán (un antiguo nombre de Palestina) a Abraham, Isaac y Jacob (Génesis 15:18;17:8). Dios consideró esta parte de la tierra con favor especial. Palestina era una tierra santa para Dios porque en ella y alrededor de ella demostraría su propósito para las naciones. Era una tierra fértil, una «tierra que fluye leche y miel,» bien regada y apropiada para buenas cosechas. Los judíos sabían que ellos eran el «pueblo elegido» debido a la extraordinaria fe de su padre Abraham, la cual dio lugar a la elección de Dios.


Después del éxodo de Egipto la relación especial que se había establecido entre Dios y los israelitas resultó en que Él los llamara su reino. Dios era su Rey y ellos eran su pueblo:


«Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos… un reino de sacerdotes, y gente santa» (Éxodo 19:5-6).


Pero el pueblo de Israel no cumplió su parte del convenio por mucho tiempo, y con frecuencia se degeneró hasta el nivel de las naciones que lo rodeaban. Pero en los días del rey David y su hijo Salomón los israelitas experimentaron una especie de muestra de lo que sería el reino de Dios. Prosperaron, se multiplicaron y tuvieron paz en la tierra. Esta situación fue resumida por el rey David cuando dijo:


«Y de entre todos mis hijos… eligió (Dios) a mi hijo Salomón para que se siente en el trono del reino de Jehová sobre Israel» (1 Crónicas 28:5).


El fracaso del reino judío

Lamentablemente, la fase positiva de la historia de Israel fue de corta duración. Las fallas humanas, la arrogancia y el descuido de las normas divinas degradaron la nación. Pronto dejó de parecerse a un reino en el que Dios fuese el Rey, a tal grado que después de unos siglos Dios tuvo que suspender la descendencia real. El rey de Babilonia estaba a punto de conquistar y destruir la ciudad de Jerusalén, y por mucho tiempo ya no habría un reino de Dios visible. Al último monarca de Israel se le dijo:


«A ruina, a ruina, a ruina lo reduciré, y esto no será más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y yo se lo entregaré» (Ezequiel 21:27).


Esta afirmación fue una enfática predicción de la desolación de la línea real hasta que viniera el legítimo heredero al trono, Jesucristo. En otras palabras, hasta que el reino de Dios apareciera de nuevo en la tierra.


Por consiguiente, no es sorprendente que siempre hubiera un remanente de judíos fieles que esperaban un Mesías de la descendencia del rey David, de la tribu de Judá. Los discípulos de Jesús estaban grandemente emocionados ante la perspectiva del restablecimiento del reino de Dios en la tierra de Israel. Después que él fue levantado de entre los muertos le preguntaron: «Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?» (Hechos 1:6).


De hecho, ellos estaban muy impacientes y ansiosos. Habían visto el título «Rey de los judíos» colocado en la cruz. Jesús había salido de la tumba y una vez más estaba con ellos, vivo y bien, incluso inmortal, y estaban impacientes porque él se sentara en el trono de David y estableciera el reino de Dios inmediatamente. Pero aún no era tiempo. Primero tenía que ser predicado el evangelio del reino a todas las naciones, y no solamente a los judíos. Jesús les dijo:


«Me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hechos 1:8).


Jerusalén, capital del mundo

Hemos visto que el núcleo del reino de Dios será la nación judía restaurada, con un rey judío. Ahora bien, todo rey debe tener una residencia, una ciudad capital, una sede. Jerusalén será esa capital. ¿Qué otro lugar podría ser más adecuado? Mil años antes de Cristo el salmista declaró:


«Hermosa provincia, el gozo de toda la tierra, es el monte de Sión, a los lados del norte, la ciudad del gran Rey» (Salmos 48:2; ver también Mateo 5:35).


Constituirá una magnífica ciudad capital, más céntrica que Nueva York, Moscú o Londres e inmediata a los grandes continentes de Europa, África y Asia.


El reino de Dios será un imperio mundial y Jesús será el emperador. Esto fue revelado hace mucho tiempo. El profeta Daniel interpretó una visión que predecía los imperios sucesivos de Babilonia, Persia, Grecia y Roma, seguidos de un mundo fragmentado, con naciones fuertes y débiles. Esta situación prevalecería hasta el advenimiento de Jesucristo, quien descenderá como una piedra para aplastar a las naciones rebeldes en los postreros días:


«En los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre» (Daniel 2:44).


He aquí otra afirmación profética:


«Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos» (Apocalipsis 11:15).


Juicios en el mundo

Antes de proseguir, recordemos que el retorno de Jesucristo traerá tanto conflictos como bendiciones. La conquista de las naciones no se logrará sin que haya mucha resistencia. Observemos cuatro aspectos:


«Todas las naciones» se reunirán contra Israel, pero Jesús destruirá a los invasores (Zacarías 14, Ezequiel 38,39).


Jerusalén sufrirá un gran terremoto, con resultados devastadores, cuando «se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos» (Zacarías 14:4).


Algunos gobernantes se opondrán al Cristo y «se levantarán… contra Jehová y contra su ungido» (Salmos 2:2); pero serán juzgados por Dios (Isaías 34; Apocalipsis 18).


Habrá una resurrección y un juicio. Grandes serán los lamentos de aquellos que son rechazados, quienes tuvieron la oportunidad de hacerse discípulos de Jesús, pero la desperdiciaron. Por otra parte, habrá gozo para aquellos a quienes el Rey dirá: «Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo» (Mateo 25:34).


Los lectores encontrarán más información acerca de estos sucesos dramáticos en los folletos ¡Cristo Viene! y Resurrección y Juicio.


El reino comienza


Realizados estos sucesos y habiendo el Rey conducido a su victorioso ejército de seguidores fieles a la ciudad de Jerusalén, entonces el verdadero trabajo del reino de Cristo podrá comenzar. Habrá que construir un nuevo templo y las tribus de Israel deberán ocupar sus respectivas divisiones en la tierra de Israel.


Los embajadores de las naciones comenzarán a llegar para presentar sus respetos al Rey:


«Los reyes de Tarsis y de las costas traerán presentes; los reyes de Sabá y de Seba (Arabia) ofrecerán dones. Todos los reyes se postrarán delante de él» (Salmos 72:10,11).


Hasta los sobrevivientes de aquellos enemigos que invadieron la ciudad santa vendrán a adorar, porque


«todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos» (Zacarías 14:16).


Las naciones estarán animando a sus ciudadanos: «Venid, y subamos al monte de Jehová.» Ellos harán esto porque:


«Nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová» (Isaías 2:3).


El resultado de esta educación será extraordinario. Las naciones «volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces,» una forma pintoresca de describir el desarme. No habrá más guerra.


Los habitantes del reino

Debemos aclarar una o dos cosas sobre los habitantes del reino de Dios. Habrá dos clases de personas: en primer término los gobernantes y líderes espirituales, quienes serán inmortales (es decir, nunca morirán), y en segundo lugar los ciudadanos del reino, quienes serán mortales (esto es, podrán morir).


El primer grupo incluirá a Jesús, Rey universal; Abraham, David y otros siervos de Dios de antaño, quienes ocuparán puestos de honor en el imperio; los doce apóstoles y los fieles seguidores de Jesús, los santos, quienes serán los gobernantes administrativos y educadores de la nueva era.


El segundo grupo estará formado por las personas mortales del mundo quienes al regreso del Cristo sobrevivan a los juicios de la tierra y acepten de buena voluntad que Jesús sea su Rey. Esto incluirá a los judíos, a quienes se les permitirá residir en Israel.


Los inmortales

La inmortalidad es el don de vida eterna que Dios dará a las personas de todas la épocas históricas que hayan fielmente obedecido y practicado sus mandamientos. Estos serán aquellos de los que se dice en el texto sagrado:


«Nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra… y vivieron y reinaron con Cristo mil años» (Apocalipsis 5:9; 20:4).


No debemos suponer que un ser inmortal es algo como un fantasma. Jesús era inmortal después de su resurrección, pero comió y bebió con sus seguidores y demostró tener poderes físicos extraordinarios. El cuerpo inmortal tiene carne y huesos como los otros, pero está impulsado por el Espíritu de Dios, no teniendo que sufrir enfermedad o incapacidad.


Como todo gobernante sabio, Jesús delegará gran parte de la conducción de su imperio a otras personas que hayan sido adecuadamente instruidas. Prominentes entre aquellos que estarán estrechamente asociados con el Rey serán los grandes ejemplos bíblicos de fe: hombres como Abraham, descrito como «heredero del mundo» en Romanos 4:13; Isaac, Jacob, José, Moisés y Samuel estarán allí. También mujeres como Sara, Rahab, Rut, María y Elizabet.


Gobernantes con Cristo

Habrá un rol especial para los doce apóstoles, como él lo prometió:


«De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel» (Mateo 19:28).


Según el libro de Daniel, el profeta vio una visión del reino de Dios en la tierra, y se le habló de las personas que lo gobernarían:


«Después recibirán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino hasta el siglo, eternamente y para siempre» (Daniel 7:18).


¿Qué tienen de especial estos gobernantes inmortales llamados «santos»?


«Santo» significa alguien consagrado o separado; una persona escogida por su dedicación a los principios divinos. De la misma manera que los hombres que fueron seleccionados para recibir el espíritu de Dios y ayudar a Moisés a gobernar a Israel, ellos también serán: «varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia»(Éxodo 18:21). Pero con una gran diferencia: los del tiempo pasado murieron, pero los gobernantes del futuro no morirán y sus cualidades no se perderán con la edad.


El Rey tendrá el discernimiento para seleccionar los hombres o mujeres correctos para cada puesto, y para utilizar las habilidades mentales y corporales que comenzaron a desarrollar durante su servicio en esta vida presente.


La cualidad de vida eterna

La vida eterna les dará maravillosos beneficios a estos gobernantes y maestros. Con una mente saludable y un cuerpo físicamente perfecto, no tendrán que sufrir los efectos debilitadores de la enfermedad o la incapacidad: «Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno… Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos» (Apocalipsis 7:16-17). Como su Señor, ellos también sabrán lo que hay en el hombre (Juan 2:25), y poseyendo la habilidad infalible de diagnosticar la fuente de los problemas humanos, podrán erradicar a los perturbadores y promover la comprensión entre vecinos. ¡Imagínese lo que esa habilidad podría lograr en algunas de las actuales zonas de conflicto del mundo!


¡Cuánta transformación comenzará a realizarse por toda la tierra cuando los administradores inmortales del Cristo sean enviados desde Jerusalén! Nuevas leyes basadas en principios bíblicos tendrán el efecto de eliminar la corrupción del partidismo político, y rápidamente removerán la causa de tanta enemistad entre diferentes comunidades religiosas.


Mil años de paz

Por supuesto, se necesitará tiempo para que estos cambios surtan efecto y la gente vea los beneficios de su nuevo modo de vida. No sucederá de la noche a la mañana. Pero habrá un período de mil años para la gloriosa transformación de los pueblos de la tierra antes de que el programa de Dios esté completo.


No debemos imaginarnos la era venidera como una fantástica tierra de maravillas. Será un mundo muy real poblado por todos los que hayan sobrevivido a los castigos de Dios y hayan llegado a reconocer que Cristo es Rey del mundo y que está dispuesto a gobernar con «vara de hierro» por el bien de toda la civilización. Pero las naciones mortales todavía tendrán sus propias características y culturas y sus propios rasgos étnicos. Los gobernantes tendrán el don de hablar otros idiomas; pero puede pasar mucho tiempo antes de que los dialectos del mundo sean cambiados completamente a un lenguaje universal, el cual anulará la confusión de Babel (Génesis 11) y eliminará los recelos y las dificultades de la comunicación en diversas lenguas.


Un buen sistema de justicia

En todos los niveles de la sociedad humana existen fuerzas que tienden a minar la feliz y beneficiosa coexistencia entre los pueblos. Ninguna ideología, ya sea el capitalismo o el comunismo, y mucho menos la tiranía de déspotas crueles, ha podido arreglar esta situación. Son las fuerzas de la avaricia, la corrupción, la subversión, los sobornos y la ambición personal. Todo esto va a cambiar. Habrá justicia para los pobres y los desamparados. Jesús mismo se asegurará que esto se realice:


«No juzgará según la vista de sus ojos, ni argüirá por lo que oigan sus oídos; sino que juzgará con justicia a los pobres , y argüirá con equidad por los mansos de la tierra; y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío» (Isaías 11:3-4).


En el mundo venidero, cuando «príncipes presidirán en juicio»(Isaías 32:1), se cambiará todo el balance de la sociedad: no habrá más una ley para el rico y otra para el pobre. Las mismas reglas se aplicarán ya sea que uno viva en Washington, Moscú o Beijing, porque estarán basadas en el Sermón del Monte y en los principios divinos establecidos por el Rey y su corte en Jerusalén.


¿Cómo afectará esto la vida de los habitantes de la tierra? Cuando los criminales y los pandilleros se den cuenta de que no pueden engañar a los jueces y que cada acto de delincuencia será debidamente castigado, la mayoría de ellos pronto aprenderá que el amor al prójimo y las virtudes de la honestidad y la verdad son muy preferibles a la delincuencia para llevar una vida feliz y próspera. Significa que familias y vecinos podrán vivir en perfecta armonía y redundará en un alivio de las enemistades nacionales e internacionales. Como dijo Isaías:


«El efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre» (Isaías 32:17).


Las restricciones impuestas por los gobernantes inmortales prevendrán los peores excesos de la naturaleza humana. Los pecadores impenitentes y rebeldes serán ejecutados, acortando de este modo la larga vida que de otro modo la gente podría gozar.


«Con el espíritu de sus labios matará al impío» y «el pecador de cien años será maldito» (Isaías 11:4; 65:20).


Buena salud

Isaías también nos dice:


«No habrá más allí niño que muera de pocos días, ni viejo que sus días no cumpla; porque el niño morirá de cien años» (65:20).


Esto significa que la mortalidad infantil, que aún afecta a muchos países en vías de desarrollo, será eliminada. Quien haya llegado tan sólo a la edad de 100 años, aún será considerado un niño. ¡Qué cambio en relación con el tiempo presente, cuando la expectativa de vida en algunos países es sólo de unos 40 años, y hasta en los países avanzados en la medicina solamente se alcanza setenta u ochenta años (Salmos 90:10)! La niñez será de gozo y la vejez no será una desgracia, porque «aún han de morar ancianos y ancianas en las calles de Jerusalén, cada cual con bordón en su mano por la multitud de los días. Y las calles de la ciudad estarán llenas de muchachos y muchachas que jugarán en ellas» (Zacarías 8:4-5).


Si Jesús, el gran médico, en su primer ministerio pudo sanar a los enfermos, curar a un ciego de nacimiento, hacer que los inválidos caminaran, exorcizar desórdenes mentales y resucitar muertos, entonces hay total seguridad de que él y sus ayudantes harán eso y más en el futuro. Cuando los habitantes del mundo decidan volverse a las normas divinas y a buscar ayuda de la manera correcta, entonces azotes como el cáncer y las enfermedades del corazón tendrán que desaparecer. Cuando las personas vuelvan a respetar la santidad del matrimonio y el comportamiento sexual correcto, entonces pestilencias como el SIDA no volverán a afligir a las naciones. La buena noticia es que :


«Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo» (Isaías 35:5-6)


Recursos mundiales para bien de todos

Es un triste comentario sobre la civilización moderna el hecho de que a pesar de el potencial abundante del suelo para la producción de alimentos, el hombre sea incapaz de alimentar la creciente población de la tierra. No puede distribuir los recursos u organizar la labor de manera que cada uno tenga un trabajo que lo satisfaga y lleve una vida próspera y contenta. Pero puede hacerse. Los recursos han existido desde que el Creador diseñó esta tierra tan fructífera. Lo que se necesita es gente recta con el compromiso y la autoridad para resolver los problemas materiales y organizar la justa distribución de las riquezas de la tierra.


Es digno de recordar que Jesús fue tanto un gran organizador como también un gran maestro. Lo que pudo hacer alimentando miles de hombres, mujeres y niños en grupos bien ordenados de cincuenta o cien, con una docena de asistentes, con seguridad lo hará entre los millones de personas hambrientas cuando él sea el Rey designado por Dios para gobernar sobre la tierra. Las desgarradoras escenas que nos han reportado de Etiopía, Mozambique o Bangladesh serán una cosa del pasado. Ya no se pudrirán enormes reservas de alimentos en almacenes europeos, como tampoco se quemarán las cosechas americanas porque el precio de venta es demasiado bajo.


La Biblia prevé la remoción de la maldición sobre la tierra y abundantes cosechas para todos los que estén dispuestos a laborar en ellas. «Será echado un puñado de grano en la tierra, en la cumbre de los montes; su fruto hará ruido como el Líbano,» dice el rey David (Salmos 72:16). «Los montes destilarán mosto, y los collados destilarán leche, y por todos los arroyos de Judá correrán aguas,» dice Joel (3:18, Amós 9.13). Las cosechas de los granjeros serán abundantes, porque «habrá simiente de paz; la vid dará su fruto, y dará su producto la tierra, y los cielos darán su rocío» (Zacarías 8:12).


También tenemos la visión del profeta Isaías, quien nos dice que el desierto se regocijará y florecerá como la rosa (35:1). Pensemos en las vastas áreas de África, el Medio Oriente y Asia donde cada año el desierto invade la tierra fértil y millones de personas padecen hambre. Los gobiernos parecen incapaces de gastar las enormes sumas de dinero necesarias para sacar el agua que frecuentemente está apenas debajo de la superficie de la tierra. Entonces qué bendición será para los pueblos del desierto al verse empeñados en enormes planes de irrigación beneficiándose de la fertilidad de sus tierras. Esta es una de las cosas maravillosas que serán posibles en el reino de Dios.


Viviendo la vida en plenitud

Se reducirá la población de las grandes ciudades porque muchos habitantes urbanos se mudarán hacia los bosques y áreas de pastoreo que se habrán vuelto habitables por los sistemas de conservación del ambiente que se establecerán en todo el mundo. Dios nunca ha deseado que las personas vivan en grandes ciudades, donde se manifiestan las características más perversas de la naturaleza humana y donde los malvados pueden esconderse en la oscuridad. Por otra parte, cuando bajo las condiciones mejoradas del reino del Cristo la aptitud humana alcance su máxima expresión y la mentes de los hombres se expanda hasta su completo potencial, habrá abundante oportunidad para utilizar esas habilidades para el tremendo beneficio de la humanidad. Todos los habitantes de la tierra se sentirán realizados:


«Edificarán casas, y morarán en ellas; plantarán viñas, y comerán el fruto de ellas. No edificarán para que otro habite, ni plantarán para que otro coma; porque según los días de los árboles serán los días de mi pueblo, y mis escogidos disfrutarán la obra de sus manos» (Isaías 65:21-22).


Árabes trabajando con judíos

Una de las perspectivas más halagüeñas es la armonía que existirá entre antiguos enemigos. La visión del profeta del lobo y el cordero alimentándose juntos no es sólo una bella descripción de la restaurada armonía entre el hombre y la creación animal, pues también tiene una referencia especial a la paz futura entre naciones anteriormente contendientes. Isaías habla de los árabes que vendrán a Jerusalén y «publicarán alabanzas de Jehová» (Isaías 60:6). Él los figura ayudando a construir los muros de la nueva ciudad, trabajando con sus antiguos medios hermanos, los judíos, alimentando sus ganados y volviéndose granjeros y viñadores. Habrá un maravilloso cambio en la presente situación en el Medio Oriente: un cumplimiento de promesas importantes que Dios hizo hace muchísimo tiempo a la rama árabe de la familia de Abraham.


¿Cuánto durará?

¿Durará por siempre este benevolente estado de cosas? En el sentido de que Dios ha señalado la tierra para que viva el hombre en ella por siempre, la respuesta es que sí. Pero el reino de Cristo, administrado por gobernantes inmortales, todavía tendrá una población predominantemente mortal. Es decir, las propensiones humanas y la pecaminosidad todavía existirán, y esta es la razón por la que Dios ha fijado un tiempo límite para esta etapa del reino. Según el cómputo de Dios se necesitarán unos mil años para completar la educación de los habitantes mortales del mundo de acuerdo a las normas de conducta divinas. Para entonces tendrán un entendimiento a largo plazo de los maravillosos beneficios que podrán gozar al poseer vida eterna.


Finalmente el milenio llegará a su fin. Se distinguirá por un deliberado relajamiento de la disciplina impuesta por el Rey para permitir que afloren los vestigios de rebelión entre algunos de sus súbditos, en un final y desesperado reto a su autoridad (Apocalipsis 20). Estos súbditos desleales atacarán Jerusalén, pero serán completamente destruidos. Este será el último arrebato mortal de la humanidad. Proveerá la necesaria indicación, una «señal de los tiempos» del fin del milenio, para que los habitantes de la tierra reconozcan que el final está a punto de llegar.


Cuando la rebelión se haya sofocado, la obra del Cristo como Salvador y Rey estará casi realizada. Las personas que hayan muerto en el transcurso de los mil años deberán ser levantadas de sus tumbas para encontrarse de nuevo con su Rey y Juez:


«Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos… y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras» (Apocalipsis 20:12).


Al mismo tiempo que los resucitados, habrán de ser juzgados los millones de personas que aún vivan. Ellos deberán esperar ahora el justo juicio del Cristo. Los rebeldes y aquellos que representan los peores elementos de la naturaleza humana morirán, siendo consignados al «lago de fuego,» la muerte de la cual no hay retorno. Por otra parte, los súbditos fieles del reino de Cristo en la tierra recibirán entonces su recompensa de vida eterna de la misma manera como sus gobernantes la obtuvieron mil años atrás.


«Venga tu reino»

Después de estos dramáticos sucesos, la tierra quedará habitada solamente por hombres y mujeres que poseen vida eterna. La labor del Señor Jesús se habrá realizado plenamente. Ya no tendrá que reinar sobre súbditos mortales porque los más grandes destructores del potencial espiritual del hombre, el pecado y la muerte, habrán sido conquistados. La voluntad de Dios se hará verdaderamente en la tierra, y la petición del Padrenuestro habrá sido concedida. El apóstol lo resume de este modo:


«Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte… Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos» (1 Corintios 15:24-28).


Puede que nos sea difícil pensar en un futuro tan lejano, o visualizar qué significa la afirmación de que Dios llegará a ser «todo en todos.» Pero será el punto culminante del gran propósito del Creador para la tierra, y será verdaderamente maravilloso.


«Exaltado seas sobre los cielos, oh Dios; sobre toda la tierra sea tu gloria» (Salmos 57:5).


No deje que este maravilloso futuro se le escape. Jesús estará aquí pronto. Por favor, lea la Biblia y ore con todo su corazón:


«Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra»

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