PREPARANDO UN REINO
«Venid benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.» (Mateo 25:34)
(Estudio Bíblico)
Ahora examinaremos en forma más detallada el tema de la Biblia. La enseñanza sobre el futuro reino de Dios es como un hilo de oro que va desde el principio hasta el final. Está entretejido dentro de los libros históricos, y a través de los profetas. Puede encontrarse claramente en los salmos, y aparece de nuevo en el Nuevo Testamento como el tema principal de la enseñanza de los primeros cristianos. Hemos visto en los capítulos previos del presente estudio que podemos tener confianza en la veracidad de la Biblia, y en el capítulo 2 echamos un vistazo al futuro cuando el reino será establecido. Ahora abriremos la Biblia para buscar el hilo del reino de Dios en su primeras páginas y comenzar a rastrearlo a través del resto de las Escrituras inspiradas.
Buscando en el principio de la Biblia las primeras alusiones al reino de Dios nos encontramos en terreno firme. Jesús dijo que en el futuro invitaría a los justos a su reino con estas palabras:
«Venid benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.» (Mateo 25:34)
Así que el plan de Dios para la tierra ha estado desarrollándose desde el principio, y el libro de Génesis (literalmente «comienzos») nos traslada hasta esos remotos tiempos. ¿En qué parte de Génesis podemos aprender acerca del reino de Dios? Jesús contesta la pregunta, pues en su predicación acerca del reino a menudo dirigió la atención a un hombre llamado Abraham. En cierta ocasión dijo a los que le preguntaban sobre la salvación:
«…cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios…» (Lucas 13:28)
¿Por qué Jesús se refirió particularmente a Abraham, a su hijo y a su nieto mencionándolos especialmente en relación con el reino de Dios? Porque Abraham fue una de las primeras personas a quien se habló de este maravilloso futuro para la tierra.
Ur de los caldeos
El Eufrates es uno de los ríos más grandes del mundo. Nace en las montañas del noroeste de Turquía y serpentea lentamente por la planicie antes llamada Mesopotamia, dentro del moderno Iraq. Después de un viaje de cerca de 2,700 kilómetros se une al Tigris para luego desembocar en el Golfo Pérsico. Actualmente el desierto llega casi hasta la ribera de los ríos, pero en los tiempos bíblicos toda la planicie era irrigada por medio de canales y cauces, convirtiéndola en una de las más fértiles y populosas regiones de la tierra.
Cuando el moderno viajero navega por el Eufrates ve muchos montículos de cúspide plana que surgen a intervalos en la llanura del río. Estas no son colinas naturales, sino los lugares de antiguas ciudades, donde siglos de acumulación de escombros han elevado gradualmente el sitio por encima del nivel del área circundante.
No lejos de la desembocadura del Eufrates, en la región conocida como la antigua Caldea, hay un gran montículo conocido por los árabes como el Montículo del Betún. En 1854 este montículo fue identificado como el sitio de Ur de los Caldeos, la ciudad mencionada en la Biblia como lugar de nacimiento de Abraham.
La tierra natal de Abraham
El sitio de la antigua Ur fue excavado de 1922 a 1934 por una expedición del Museo Británico bajo la dirección de Sir Leonard Woolley. Se encontró que Ur había sido el más importante pueblo del área y sobresalía por su zigurat, o torre templo. Esta fue una serie de plataformas artificiales de ladrillo sólido, una sobre otra dando la apariencia de una pirámide baja y amplia de unos 25 metros de altura. En la plataforma más alta estaba el templo dedicado a la diosa luna al que se llegaba por gradas construidas a los lados inclinados de la torre. Rodeaban el zigurat más templos para la adoración de la luna, y más allá estaban las casas de los habitantes de la ciudad.
Por el año 2,000 a. de J. C. Ur era una ciudad próspera. En las riberas del río, los botes se amarraban a los muelles y descargaban su carga en bodegas y almacenes. Ricos mercaderes vivían en grandes casas de dos plantas y enviaban a sus hijos a escuelas donde el currículum incluía ejercicios matemáticos tan difíciles como la extracción de raíces cúbicas. En un gran edificio cercano al zigurat vivía el rey dios quien presidía sobre la vida civil y religiosa de la ciudad.
En esta sociedad bien ordenada y sorprendentemente sofisticada vivió Abram, cuyo nombre fue posteriormente cambiado a Abraham. Podemos deducir que fue un hombre instruido y culto, y probablemente estaba entre los miembros más importantes de la comunidad de Ur. Las referencias bíblicas nos dicen que su familia también adoraba los ídolos de aquellos días (Josué 24:2).
Promesa de Dios a Abraham
La Biblia nos relata que el Dios verdadero se reveló a Abram pidiéndole que abandonara la idólatra ciudad donde se había criado, para emigrar hacia un destino desconocido:
«Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré.» (Génesis 12:1)
La confianza de Abraham en Dios fue tan fuerte que sin ninguna vacilación obedeció el mandato «y salió sin saber a dónde iba» (Hebreos 11:8). Junto a este llamado a dejar su país y familia, Dios hizo una promesa solemne a Abraham:
«Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.» (Génesis 12:2-3)
En cumplimiento de esta promesa Abraham llegó a ser verdaderamente padre de una gran nación, puesto que toda la raza judía desciende de él. Pero la promesa abarca mucho más que eso.
Las palabras finales de esta promesa, «serán benditas en ti todas las familias de la tierra» muestra que no se trataba de una oferta ordinaria. Dios estaba diciendo que la completa población del mundo recibiría bendiciones un día por medio de este hombre. La promesa a Abraham fue claramente un paso vital en la revelación del plan de Dios para la tierra y el hombre. He aquí el hilo de oro del reino de Dios apareciendo en el primer libro de la Biblia.
La importancia de la promesa de Dios a Abraham se confirma por las muchas referencias encontradas en el Nuevo Testamento. En el capítulo 1 observamos que el evangelio predicado por Jesús eran las buenas nuevas de la venida del reino de Dios. Escribiendo a los cristianos gálatas, Pablo señala que el mismo evangelio que Jesús enseñó fue originalmente predicado a Abraham 2,000 años antes cuando Dios le hizo la promesa:
«Y la escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones.» (Gálatas 3:8)
La esperanza del apóstol Pablo
Como la promesa hecha a Abraham estaba incluida en el evangelio predicado por Jesús, no es una sorpresa encontrar que los primeros cristianos se refirieran a ella muy a menudo. Cuando Pablo fue enjuiciado por su fe, abiertamente reconoció que su creencia en estas promesas estaba en juego:
«Y ahora, por la esperanza de la promesa que hizo Dios a nuestros padres soy llamado a juicio.» (Hechos 26:6)
Para los que escuchaban a Pablo esta «esperanza de la promesa» significaba sólo una cosa: la promesa de Dios a Abraham. Otra descripción era «la esperanza de Israel» y cuando Pablo fue arrestado por la predicación del mensaje cristiano exclamó:
«Por la esperanza de Israel estoy sujeto con esta cadena.» (Hechos 28:20)
Por consiguiente el evangelio cristiano se remonta en el pasado hasta Abraham.
Lo que se dijo cuando Jesús nació
Si la promesa a Abraham era tan importante para Pablo esperaríamos encontrar referencias directas a ella cuando otros escritores del Nuevo Testamento hablaran acerca de la misión de Jesús. Este es exactamente el caso. Lucas registró dos discursos inspirados pronunciados durante el tiempo del nacimiento de Cristo. Uno fue del padre de Juan el Bautista, precursor del Cristo, y otro de María la madre de Jesús. Ambos vieron en la obra de Juan y de Jesús la implementación de la promesa a Abraham:
«Socorrió a Israel su siervo, acordándose de la misericordia de la cual habló a nuestros padres, para con Abraham y su descendencia para siempre.» (Lucas 1:54-55)
«Bendito el Señor Dios de Israel, que ha visitado y redimido a su pueblo…para hacer misericordia con nuestros padres, y acordarse de su santo pacto: del juramento que hizo a Abraham nuestro padre.» (Lucas 1:68,72-73)
En su carta a los creyentes romanos Pablo señala que la misión de Jesús fue «confirmar las promesas hechas a los padres» (Romanos 15:8). Ya hemos encontrado que la obra de Cristo fue predicar el evangelio del reino de Dios, y aquí la misma obra es descrita como el cumplimiento de la promesa hecha a los padres: esto demuestra que las promesas y el evangelio son lo mismo.
Incidentalmente, la promesa a Abraham es un ejemplo del punto tratado en el capítulo 2, que el Nuevo Testamento depende completamente del Antiguo. Aquellos que niegan la relevancia del Antiguo Testamento para las creencias cristianas pasan por alto sus verdaderos fundamentos.
Por medio de estas referencias del Nuevo Testamento hemos establecido el principio de que la promesa a Abraham es el evangelio cristiano, estaba relacionada con la obra de Jesús y era la esperanza de los primeros cristianos. Ahora volveremos a referirnos a Génesis para buscar algo más sobre esta promesa.
Detalles de la promesa de Dios a Abraham
Ya hemos observado que Abraham recibió la promesa al abandonar Ur para ir a un destino desconocido. El lugar al cual lo guió Dios fue la tierra de Canaán, más tarde conocida como Palestina, donde se sitúa el moderno Estado de Israel.
Cuando Abraham llegó a Canaán Dios repitió su promesa. Muchos años más tarde, después de otra demostración de la gran confianza de Abraham en Dios, de nuevo le reiteró su promesa. Cada vez fueron agregados nuevos aspectos. Los siguientes pasajes son una declaración extensa de la promesa:
«Y Jehová dijo a Abram, después que Lot se apartó de él: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada. Levántate, vé por la tierra a lo largo de ella y a su ancho; porque a ti la daré.» (Génesis 13:14-17)
«Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz.» (Génesis 22:16-18)
Estas referencias contienen muchos aspectos de la promesa y usted puede encontrarlas confusas al principio. Si así fuera, valdría la pena volver a leer de nuevo las referencias anteriores para extraer los puntos principales antes de estudiar las promesas en detalle. Pero antes de examinar más de cerca este asunto hay tres comentarios que quisiera hacer.
Primero, observe la seguridad que Dios da a Abraham acerca del cumplimiento de la promesa. «Por mí mismo he jurado» dice Dios. Tal como lo expresa la carta a los hebreos, ésta es la máxima garantía:
«Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo, diciendo: De cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré grandemente.» (Hebreos 6:13-14)
En segundo lugar, el uso de la palabra «simiente.» La palabra equivalente en la actualidad es «descendiente.» Pero la palabra «simiente» puede ser singular o plural, así que examinaremos el contexto de la palabra para averiguar si se refiere a uno o a muchos descendientes.
En tercer lugar, Dios instituyó el rito de la circuncisión como señal de su promesa y mandó a todos los descendientes varones de Abraham que continuaran la costumbre. Así en lenguaje bíblico «la circuncisión» es otro término para el pueblo judío, y «la incircuncisión» para todos los pueblos no-judíos o gentiles.
La promesa resumida
Combinando los relatos de la dádiva de la promesa (o pacto, como algunas veces se le llama), podemos hacer una lista de las principales características como sigue:
La simiente de Abraham llegaría a ser una gran nación.
Abraham, junto a su simiente, heredaría para siempre la tierra en que vivía: Canaán, llamada también Palestina.
La simiente de Abraham «poseerá las puertas de sus enemigos.»
En Abraham y su simiente será bendecida toda la tierra. Este resumen enfatiza la enseñanza del Nuevo Testamento de que no es ésta una promesa trivial. Con palabras como «para siempre» y «toda la tierra será bendecida» deberá ser obvio que algo muy importante está siendo predicho.
Ahora veremos cada aspecto con más detalles.
1. Los descendientes de Abraham llegarían a ser una gran nación
Obviamente aquí debemos usar la palabra «simiente» en sentido plural. La promesa era que los descendientes de Abraham llegarían a ser muy numerosos y muy importantes. ¿A qué pueblo se refiere esto?
En primera instancia se refiere a la nación de Israel. Cada judío puede trazar su ascendencia hasta Abraham. Isaac, el hijo de Abraham, tuvo un hijo, Jacob, quien más tarde fue llamado Israel. Este a su vez tuvo doce hijos, de donde descienden las doce tribus de Israel. Al final de su vida, Jacob emigró a Egipto con su familia, en total 70 personas. Unos 400 años después de Abraham las tribus de Israel habían aumentado hasta un total entre dos y tres millones de personas. Esta joven nación abandonó Egipto en el Exodo y eventualmente retornó a la tierra de Canaán, convirtiéndose allí en un reino importante a veces populoso y próspero. Después de varias vicisitudes, dispersión y persecución, los descendientes de Abraham están de nuevo viviendo en la tierra que les fue prometida, donde han formado el Estado de Israel.
Pero la posesión de los israelitas de la tierra, pasada o presente no debe considerarse como el cumplimiento de la promesa a Abraham. Aun en el período más próspero de su historia los profetas seguían esperando la realización definitiva del pacto, tal como lo indican las palabras de la profecía de Miqueas:
«Cumplirás la verdad a Jacob, y a Abraham la misericordia, que juraste a nuestros padres desde tiempos antiguos.» (Miqueas 7:20)
La nación judía puede ser vista como un cumplimiento parcial de este aspecto de la promesa, pero de ninguna manera su completa realización. Quien sería, entonces, la simiente de Abraham en el sentido del propósito de Dios?
En los días de Cristo la nación judía se enorgullecía de su descendencia de Abraham, y así se aplicaban la promesa a sí mismos basándose en su linaje natural. «Linaje de Abraham somos» le dijeron en cierta ocasión (Juan 8:33), y podemos darnos cuenta de la vanidosa satisfacción en sus rostros cuando proclamaron su parentesco. ¿Cuál fue la respuesta de Cristo?
«Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais.» (Juan 8:39)
En otra ocasión les dijo Juan el Bautista:
«No penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras.» (Mateo 3:9)
Los verdaderos hijos de Abraham
¿Cual es el criterio que define a los verdaderos hijos de Abraham? Jesús ha dado ya una pista al decir que los verdaderos hijos de Abraham deben tener el mismo comportamiento de Abraham. Esta idea es ampliada posteriormente en el Nuevo Testamento. Los hijos de Abraham no son precisamente sus descendientes literales, sino aquellos que comparten sus cualidades. Su principal cualidad fue su fe y confianza en Dios. Llamado para ir a una tierra desconocida, obedeció sin vacilación. Se le dijo que tendría una multitud de descendientes cuando tenía 99 años de edad y su esposa, 90. El lo creyó a pesar de su aparente imposibilidad. Aun cuando se le pidió que ofreciera en sacrificio a su tan anhelado hijo único, él estaba dispuesto a obedecer.
Así que la fe antes que la descendencia natural convierte a las personas en hijos de Abraham. Pablo puso esto en claro a los romanos, y aquí tenemos un caso donde «la circuncisión» es usada para describir a los descendientes naturales de Abraham:
«Y recibió la circuncisión como señal, como sello de la justicia de la fe que tuvo…para que fuese padre de todos los creyentes no circuncidados, a fin de que también a ellos la fe les sea contada por justicia; y padre de la circuncisión, para los que no solamente son de la circuncisión, sino que también siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham.»
«Por tanto, es por fe…a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros.» (Romanos 4:1-12,16)
La clara enseñanza aquí es que ser judío o gentil no tiene importancia en lo que a la promesa se refiere. Lo que vale es la manifestación de una fe y creencia similares a las que poseía Abraham. Pablo confirma esto en otra carta:
«Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús… Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.» (Gálatas 3:26-29)
Ahora podemos identificar la «simiente» de Abraham con certeza. No son exactamente los descendientes literales, los judíos, sino todos los que creen en Jesús y manifiestan en sus vidas la misma clase de fe que Abraham. Estos «hijos espirituales» son los que finalmente heredarán las bendiciones contenidas en la promesa.
Consideraremos a continuación el significado de estas bendiciones.
2. Abraham y su simiente heredarán la tierra
La promesa de Dios a Abraham fue muy explícita. Abraham poseería algún día la tierra a la que viajó por mandato de Dios. Se le dijo que viajara a lo largo y ancho de ella en la seguridad de que un día sería de su propiedad. Pablo va más allá al decir que a Abraham le fue prometido que llegaría a ser «heredero del mundo» (Romanos 4:13).
¿Ha sido cumplida alguna vez esta parte de la promesa?
La respuesta es un rotundo «no.» Abraham nunca poseyó la tierra. Génesis relata que cuando murió su esposa Sara, Abraham tuvo que comprar de los habitantes locales un sitio para sepultarla. Como él mismo dijo en aquella ocasión:
«Extranjero y forastero soy entre vosotros.» (Génesis 23:4)
El hecho de que Abraham no haya entrado en posesión de su herencia antes de su muerte, es enfatizado por los escritores del Nuevo Testamento:
«Habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena.» (Hebreos 11:9)
«Y no le dio herencia en ella, ni aun para asentar un pie.» (Hechos 7:5)
A menos que la promesa se rompa—y con la existencia de Dios como garantía esto es inimaginable—el tiempo de la posesión de Abraham de la tierra aún está en el futuro. Esto se confirma con algunas otras palabras de la carta a los hebreos:
«Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba.» (Hebreos 11:8)
De hecho se nos dice que Abraham no esperaba recibir posesión en ese momento:
«Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra.» (Hebreos 11:13)
De manera que otro ejemplo de la fe de aquellos «padres» fue vivir como extranjeros en tierra ajena, creyendo que un día heredarían esa tierra.
¿Cómo se cumplirá la promesa, si Abraham, Isaac y Jacob están muertos desde la antigüedad? Sólo podrá cumplirse por medio de su resurrección. No hay enseñanza más clara en la Biblia que la resurrección corporal de hombres y mujeres fieles. Si consideramos el tiempo cuando este sorprendente milagro habrá de ocurrir, entonces somos llevados inmediatamente a nuestro principal tema del reino de Dios. En el primer capítulo cité las palabras del libro de Apocalipsis que menciona el tiempo cuando «los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo.» El pasaje también continúa para decir que es también:
«El tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos…» (Apocalipsis 11:18)
Este juicio de los muertos, no sólo de Abraham sino también de todos sus descendientes espirituales, será precedido por su resurrección. Como Jesús dijo:
«No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida…» (Juan 5: 28-29)
Podemos ver ahora la importancia de las palabras de Jesús citadas al comienzo de este capítulo, «Cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios.» Significan que Abraham será levantado de los muertos para finalmente heredar la tierra en la cual fue nómada una vez. Esto no será por el breve tiempo que dura la vida mortal sino «para siempre.»
La herencia de Abraham compartida con su simiente
Esto era una parte importante de la promesa. Hablando de la tierra prometida dijo Dios:
«…la daré a ti y a tu descendencia para siempre.» (Génesis 13:15)
Ya hemos visto que la simiente de Abraham no son necesariamente sus descendientes naturales sino los que comparten su fe y creencias. La promesa a Abraham les asegura que ellos también heredarán una parte de esta tierra. Una vez más esto concuerda con la predicación de Jesús. El dio comienzo a su Sermón del Monte con una serie de bendiciones para los fieles, y una de éstas fue:
«Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.» (Mateo 5:5)
Ahora puede usted entender cómo pasajes de la Biblia que aparentemente no tienen relación entre sí son reunidos y relacionados por este penetrante tema del reino de Dios. Incidentalmente, esto se ve mejor en las antiguas traducciones de la Biblia. Es una de las desventajas de las traducciones modernas que en el intento de usar lenguaje moderno se pierde el claro significado de algunos pasajes.
3. La simiente de Abraham poseerá las puertas de sus enemigos
Mencioné anteriormente que la palabra «simiente» puede referirse a un solo descendiente o a muchos. Según la promesa citada en el título de esta sección parecería que además de tener un gran número de descendientes, Abraham tendría uno muy notable. «Tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos.»
En los tiempos bíblicos la puerta de una ciudad era un lugar muy importante. Así como era una parte vital del muro defensivo que rodeaba la ciudad, también era el área donde se realizaban todos los negocios, donde se publicaban los decretos y donde los gobernadores recibían el homenaje del pueblo. Hay varias alusiones a esta costumbre en la Escritura (Rut 4:1-2; Jeremías 38:7; Jeremías 39:1-4). Así que la puerta era el equivalente del edificio municipal de las ciudades modernas. Así que el hecho de que un invasor poseyera la puerta de una ciudad significaba tener el control completo de la ciudad después de expulsar a los dirigentes existentes.
Dios prometió a Abraham que tendría un descendiente quien un día «poseería las puertas de sus enemigos» gobernando sobre ellos. A la luz de lo que hasta aquí hemos estudiado está claro que aquí hay una promesa de enviar a Jesús a establecer el reino de Dios, cuando él «posea la puerta» del reino de los hombres y lo reemplace con su propio gobierno. En palabras de la Escritura:
«Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos.» (Apocalipsis 11:15)
Pero nosotros no necesitamos suponer que esta «simiente» individual de Abraham es Cristo, pues esto se nos dice con total claridad en el Nuevo Testamento. Déjenme recordarles de nuevo uno de los aspectos de la promesa, y luego referirlos a la enseñanza que basaron en ella los cristianos del primer siglo. Dios dijo a Abraham:
«Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia (simiente) para siempre.» (Génesis 13:15)
Note la frase subrayada y vea cómo el Nuevo Testamento la toma para referirla a Cristo:
«Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo.» (Gálatas 3:16)
Por consiguiente no hay duda de que la simiente de Abraham se refiere no solamente a los muchos quienes más tarde compartirán su fe y su recompensa, sino también a un individuo quien un día tomará el gobierno del mundo después de desplazar a sus autoridades. Esta persona es Jesús.
Por consiguiente, los rasgos del reino de Dios que hemos aprendido de las Escrituras se encuentran claramente incrustados en esta promesa a Abraham.
Pero hay un aspecto más de la promesa que debemos considerar.
4. El mundo entero será bendecido en Abraham y su simiente
Esta es la característica predominante de la promesa, y la de más largo alcance:
«Y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.» (Génesis 12:3)
«En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra.» (Génesis 22:18)
Ya hemos visto que Cristo es el prometido descendiente de Abraham. ¿Cual será la bendición que él traerá para todo el mundo?
Es una bendición doble. Primero, a Abraham y sus muchos descendientes se les prometió que heredarían la tierra eternamente después de su resurrección de los muertos. Esto implica el don de vida eterna.
Segundo, el gobierno del mundo al regreso de Jesús, traerá bendición a la tierra, como vimos en el capítulo 2.
La bendición de vida eterna
Que la vida humana termina en la muerte es casi demasiado obvio para mencionarlo; pero la Biblia explica la razón de la muerte. Sucede a causa de lo que Dios llama pecado. Si el pecado puede ser removido, entonces la barrera que impide la vida eterna también será removida. En el capítulo 9 examinaremos cómo ha sido posible la remoción del pecado por medio del sacrificio de Jesús; pero para el propósito presente necesitamos decir solamente que Jesús hizo posible la vida eterna para la humanidad.
«Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.» (Romanos 6:23)
«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.» (Juan 3:16)
Y esta vida sin límite es posible porque los pecados pueden ser perdonados por medio de Jesús:
«Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.» (Mateo 26:28)
«La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.» (1 Juan 1:7,9)
Así que una parte de las bendiciones prometidas al mundo a través de la simiente de Abraham fue el perdón de los pecados para hacer posible la vida eterna en el reino de Dios. Esto se enseña claramente en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Anteriormente cité el pensamiento final de la profecía de Miqueas, en el que aún espera para el futuro el cumplimiento de la promesa a Abraham. El pasaje completo muestra que era el perdón lo que el profeta tenía particularmente en mente:
«¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados. Cumplirás la verdad a Jacob, y a Abraham su misericordia, que juraste a nuestros padres desde tiempos antiguos.» (Miqueas 7:18-20)
El Nuevo Testamento registra las palabras del apóstol Pedro en una de las primeras ocasiones cuando el mensaje cristiano fue predicado después de la muerte y resurrección de Jesús, y él también identifica la bendición prometida a Abraham con el perdón disponible por medio del sacrificio de Jesús:
«Vosotros sois los hijos de los profetas, y del pacto que Dios hizo con nuestros padres, diciendo a Abraham: En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra. A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad.» (Hechos 3:25-26)
No hay duda de que cuando Dios hizo la promesa a Abraham, él estaba prometiendo la venida del Salvador al mundo, a través de quien es posible el perdón y la vida eterna. ¡Una bendición verdadera!
La bendición de un gobierno perfecto
En el capítulo 2 ya consideramos las bendiciones que vendrán a toda la tierra como resultado del retorno de Jesús a establecer el reino de Dios y a «poseer la puerta de sus enemigos.» Pero quisiera referirme a un pasaje adicional que claramente identifica el perfecto gobierno de Jesús en el futuro con el cumplimiento de la promesa a Abraham. En Salmos 72 hay una bella descripción del reino de Dios bajo el perfecto gobierno de Cristo. Paz y justicia florecerán en el mundo, los pobres no serán más oprimidos, la tierra se volverá fructífera, todos los gobernantes del mundo se someterán al nuevo rey, y su gobierno abarcará a todo el mundo. Al final del salmo todo es resumido en palabras que claramente reiteran la promesa a Abraham, «En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra»:
«Benditas serán en él todas las naciones; lo llamarán bienaventurado.» (Salmos 72:17)
Resumen
Ahora podemos entender por qué la promesa a Abraham es descrita como el evangelio. Cada aspecto de la obra de Jesús está incluido en el pacto que Dios hizo con aquel hombre fiel hace 4,000 años. La venida del Redentor, la salvación personal, el establecimiento del reino de Dios con Cristo como su sabio y bendito gobernante, y la posesión eterna de la tierra por todos los que comparten la fe de Abraham, todo está incluido. Permítanme en este resumen recordarles el contenido de la promesa.
Abraham llegaría a ser el padre de una gran nación. Vimos que esto se refiere primero al pueblo judío; pero particularmente al «Israel espiritual»: Los judíos y gentiles que comparten la fe de Abraham y su confianza en Dios.
Abraham y su simiente compartirán la herencia eterna de la tierra de Palestina, antes llamada Canaán. Esto implica su resurrección y el don de la inmortalidad.
A Abraham se le prometió una simiente particular y notable que compartirá la herencia con él y tomará en sus manos el gobierno del mundo. Vimos que esta gran persona es Cristo, y que esta promesa es el mismo evangelio del reino que Cristo predicó personalmente en Israel.
El mundo entero será bendecido en Abraham y en Cristo. Esta bendición es en primer lugar la oferta de vida eterna por medio del perdón de los pecados, hecho posible por la muerte de Jesús. Segundo, el gobierno perfecto de Cristo cuando él gobierne sobre el reino de Dios.
La promesa a Abraham fue la base de la esperanza cristiana original enseñada por Cristo y sus apóstoles.
Finalmente, en este capítulo quisiera comentar la notable fuerza de la evidencia encontrada para sostener este concepto bíblico del reino de Dios. Primero se presentó la destrucción de la estatua de Nabucodonosor por la piedra que llenó toda la tierra. Esta es una clara promesa de reemplazar el reino de los hombres por el reino de Dios. Ahora en una forma completamente diferente, y procedente de otra parte de la Biblia, llega este mismo mensaje: un tiempo de bendición y paz para el mundo cuando la simiente de Abraham triunfe y reine. Esto da al estudiante sincero de la Biblia la seguridad de que está en el buen camino.
Esta no es la única evidencia. En el siguiente capítulo de este estudio, seguiremos el hilo de oro en otra parte de la Escritura.
Comentarios
Publicar un comentario