SOBRE LAS LLAMADAS "CADENAS DE ORACIÓN"...
La práctica de las llamadas “cadenas de oración” se ha vuelto común en el cristianismo moderno. Multitudes son invitadas a “unirse en clamor” como si el poder de la oración dependiera de la cantidad de personas involucradas o del número de veces que se repite la misma petición. Pero este tipo de pensamiento revela una visión distorsionada de Dios y de la oración misma.
¿Acaso el Creador necesita presión social o volumen de voces para moverse? ¿Es Dios un tirano celestial que espera ser persuadido mediante insistencia colectiva? Si así fuera, entonces Su soberanía quedaría subordinada a la voluntad humana. El hombre se convertiría en el motor de la acción divina, y Dios en un simple espectador que actúa solo cuando se alcanza una cuota de oraciones. Esa idea no es bíblica; es idolatría envuelta en lenguaje piadoso.
El Mesías jamás enseñó cadenas de oración. Dijo claramente: “Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos” (Mateo 6:7).
La enseñanza del Señor es diametralmente opuesta a las costumbres religiosas modernas. Él no asocia la eficacia de la oración con el número de participantes, sino con la relación íntima y sincera entre el hijo y su Padre. La verdadera oración no busca manipular a Dios, sino alinearse con su voluntad: “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo” (Mateo 6:10).
Las cadenas de oración son, en el fondo, una forma sutil de incredulidad. Pretenden que, si uno solo ora, Dios no escuchará; pero si cien oran, quizá sí. ¿Qué clase de fe es esa? La oración bíblica no es un voto popular ni un concurso de fervor colectivo. Abraham intercedió solo por Sodoma, Moisés oró solo por Israel, Elías oró solo en el Carmelo, y Daniel oró solo en Babilonia. Ninguno necesitó organizar cadenas, solo creyeron.
Estas cadenas revelan una mentalidad supersticiosa, propia de religiones paganas donde los dioses deben ser aplacados mediante insistencia o sacrificio. Pero el Dios de las Escrituras no es un ser caprichoso. Él no responde por presión, sino por propósito. No se conmueve por cantidad, sino por fe. “Sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6).
El problema no está en orar juntos, la Escritura no prohíbe la oración en familia o con otros hermanos, sino en convertir la oración en un mecanismo mágico, donde el foco deja de ser Dios y se centra en el rito mismo.
El creyente maduro no busca sumar oraciones, busca entender la voluntad del Padre y obedecer. Porque cuando alguien ora conforme al propósito eterno de Dios, aun una sola voz tiene más poder y eficacia que mil clamores sin fe.
Las “cadenas de oración” son la versión evangelica del rosario católico; mucha devoción externa, poca o nula obediencia.
Comentarios
Publicar un comentario