LA NATURALEZA DE JESÚS...VERDAD VS. TRADICIONES HUMANAS
Intruducción:
Una de las más grandes tragedias del cristianismo es que el Señor Jesucristo no ha recibido el respeto y la exaltación que se le deben por su victoria sobre el pecado, por medio del desarrollo de un carácter perfecto. La ampliamente popular doctrina de la ‘Trinidad’ convierte a Jesús en Dios mismo. En vista de que Dios no puede ser tentado (Stg. 1:13) y no tiene posibilidad de pecar, esto significa que Cristo en realidad no tuvo que luchar contra el pecado. Por lo tanto su vida en la tierra fue un engaño, viviendo toda la experiencia humana, pero sin ningún interés verdadero en el dilema espiritual y físico de la raza hunana, en vista de que esto no le afectaba personalmente.
En el otro extremo, grupos como los mormones y los Testigos de Jehová no aprecian debidamente el prodigio de que Cristo sea el Hijo unigénito de Dios. Como tal, él no pudo haber sido un ángel ni el hijo natural de José. Algunos han sugerido que durante su vida la naturaleza de Cristo fue como la que tenía Adán antes de la caída de éste. Aparte de la falta de la evidencia bíblica de esta idea, no se aprecia que Adán fue creado por Dios del polvo, mientras que Jesús fue ‘creado’ al ser engendrado por Dios en el vientre de María. De modo que, aunque Jesús no tuvo un padre humano, fue concebido y dado a luz como nosotros. Muchas personas no pueden aceptar que un hombre de nuestra naturaleza pecadora pudo tener un carácter perfecto. Es este hecho lo que constituye un obstáculo para una verdadera fe en Cristo.
Creer que Jesús fue de nuestra naturaleza, pero sin pecado en su carácter, venciendo siempre sus tentaciones, no es fácil. Se requiere mucha reflexión en los relatos del evangelio acerca de su vida perfecta, junto con los muchos pasajes bíblicos que niegan que él fue Dios, para llegar a un firme entendimiento y fe en el verdadero Cristo. Es mucho más fácil suponer que él era Dios mismo, y por lo tanto automáticamente perfecto. No obstante, esta idea rebaja la grandeza de la victoria que Jesús ganó contra el pecado y la naturaleza humana.
El tenía naturaleza humana. Esto significa que conpartió cada una de nuestras tendencias pecaminosas (He. 4:15), sin embargo las venció por medio de su compromiso con los caminos de Dios y procurando Su ayuda para vencer al pecado. Dios se la dio con gusto, hasta el grado de que “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” por medio de su propio hijo (2 Co. 5:19). Cuando Jesús nos pide compartir su yugo a fin de que podamos encontrar descanso (Mt. 11:29) la idea es de que él fue ‘un buey’ como nosotros, de la misma naturaleza, aunque mucho más fuerte.
DIFERENCIAS ENTRE DIOS Y JESUS
Es necesario trazar una fina línea entre aquellos pasajes que hacen hicapié en el grado en que “Dios estaba en Cristo”, y aquellos que destacan su humanidad. Estos últimos pasajes hacen imposible justificar bíblicamente la idea de que Jesús es Dios mismo, “verdadero Dios de verdadero Dios”, como declara erróneamente la doctrina de la trinidad. (Esta frase “verdadero Dios de verdadero Dios” se usó en el Concilio de Nicea en el año 325 de nuestra era, donde se promulgó por primera vez la idea de que Dios es una ‘Trinidad’, y era desconocida por los primeros cristianos).
La palabra ‘Trinidad’ nunca aparece en la Biblia. El estudio 9 profundizará en la victoria total de Cristo sobre el pecado, y la parte que tuvo Dios en eso. A medida que comenzamos estos estudios, recordemos que la salvación depende de un correcto entendimiento del verdadero Jesucristo (Jn. 3:36; 6:53; 17:3). Una vez que hemos llegado a este verdadero entendimiento de su conquista sobre el pecado y la muerte, podemos bautizarnos en él a fin de participar de esta salvación.
Uno de los resúmenes más claros de la relación entre Dios y Jesús se halla en 1 Timoteo 2:5: “Por que hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”. Una reflexión sobre las palabras destacadas lleva a las siguientes conclusiones:
-Como hay sólo un Dios, es imposible que Jesús pudiera ser Dios; si el Padre es Dios y Jesús también es Dios, entonces hay dos Dioses. “Para nosotros, sin embargo, solo hay un Dios, el Padre” (1 Co. 8:6). Por lo tanto, ‘Dios el Padre’ es el único Dios. Así que, es imposible que pueda haber un ser separado llamado ‘Dios el Hijo’, como lo afirma la falsa doctrina de la Trinidad. El Antiguo Testamento también presenta a Jehová, el único Dios, como el Padre (Is. 63:16; 64:8).
-Además de este solo Dios, está el mediador, el hombre Cristo Jesús- “… y un solo mediador… ” Esa palabra “y” indica una diferencia entre Cristo y Dios.
- Que Cristo es el “mediador” significa que él es un intermediario. Un mediador entre el hombre pecador y Dios sin pecado no puede ser Dios mismo; tenía que ser un hombre sin pecado, de naturaleza humana pecadora.
La frase “Jesucristo hombre” no nos deja en duda en cuanto a lo correcto de esta explicación. Aun cuando esta escribiendo después de la ascención de Jesús, Pablo no habla del Dios Jesucristo.
Varias veces se nos recuerda que “Dios no es hombre” (Nm. 23:19; Os. 11:9): no obstante, Cristo era claramente “el Hijo del Hombre”, como a menudo se le llama en el Nuevo Testamento, “Jesucristo hombre”.
El texto griego lo llama “Hijo del Anthropos”, es decir, de la humanidad, más bien que “Hijo de Abner” (esposo, hombre). En el pensamiento hebreo “el Hijo del Hombre” significa un hombre común y mortal (Is. 51:12). “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre [Adán], también por un hombre [Jesús] la resurrección de los muertos” (1 Co. 15:21). Él fue el Hijo del Altísimo” (Lc. 1:32). Que Dios sea “el Altísimo” indica que sólo Él tiene la celsitud última.; que Jesús sea “el Hijo del Altísimo” muestra que él no puede haber sido Dios mismo en persona. El lenguaje mismo de Padre e Hijo que se usa con respecto a Dios y Jesús, hace obvio que ellos no son iguales. Aunque un hijo puede tener ciertas similitudes con su padre, él no puede ser exactamente la misma persona ni tener la misma edad que su padre.
En consonancia con esto, hay varias diferencias obvias entre Dios y Jesús, que claramente muestran que Jesús no es Dios mismo.
Dios no puede ser tentado” (Stg. 1:13). Cristo “fue tentado en todo según nuestra semejanza” (He. 4:15).
Dios no puede morir –Él es inmortal por naturaleza (Sal. 90:2; 1 Ti. 6:16).
Cristo murió y estuvo en la tumba durante tres días (Mt. 12:40; 16:21).
Los hombres no pueden ver a Dios (1 Ti. 6:16; Ex. 33:20).
Los hombres vieron a Jesús y lo palparon (1 Jn. 1:1 recalca esto).
Cuando somos tentados, nos vemos forzados a elegir entre el pecado y la obediencia a Dios. A menudo elegimos desobedecer a Dios; Cristo tuvo las mismas opciones, pero siempre eligió ser obediente. Por lo tanto, él tuvo la posibilidad de pecar, aunque realmente nunca lo hizo. Es inconcebible que Dios tenga posibilidad de pecar. Hemos mostrado que la simiente de David prometida en 2 S. 7:12-16 era definitivamente Cristo. El versículo 14 habla de la posibilidad de pecar que tenía Cristo: “Y si él hiciere mal, yo le castigaré”.
LA NATURALEZA DE JESÚS
La palabra ‘naturaleza’ se refiere a lo que nosotros somos básicamente. En el Estudio 1 hemos mostrado que la Biblia habla solo de dos naturalezas -la de Dios y la del hombre. Por naturaleza Dios no puede morir, ser tentado, etc. Es evidente que durante su vida Cristo no tuvo la naturaleza de Dios. Por lo tanto él era totalmente de naturaleza humana. Por nuestra definición de la palabra ‘naturaleza’ debería ser evidente que Cristo no pudo haber tenido dos naturalezas simultáneamente.
Fue vital que Cristo fuera tentado como nosotros (He. 4:15), de manera que por su perfecto vencimiento de la tentación pudiera ganar el perdón para nosotros. Los malos deseos, que son la base de nuestras tentaciones, proceden de dentro de nosotros (Mr. 7:15-23), de dentro de nuestra naturaleza humana (Stg. 1:13-15). Por lo tanto, fue necesario que Cristo fuera de naturaleza humana de manera que pudiera experimentar y vencer estas tentaciones.
Hebreos 2:14-18 expresa todo esto claramente:
“Por cuanto los hijos [nosotros] participaron de carne y sangre [naturaleza humana], él [Cristo] también participó de lo mismo [naturaleza], para destruir por medio de la muerte… al diablo… porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote… para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”. Este pasaje pone extraordinario énfasis en el hecho de que Jesús tenía naturaleza humana: “El también participó de lo mismo” (He. 2:14).
Esta frase usa tres palabras, todas con el mismo significado, para recalcar la idea. Él participó “de lo mismo”, es decir, de la misma naturaleza; el relato pudo haber dicho ‘él también participó de ELLA’, pero recalca que ‘él participó de lo mismo’. En forma similar, Hebreos 2:16 desarrolla la idea de que Cristo no tuvo la naturaleza de los ángeles, debido a que él era la simiente de Abraham, y había venido a traer salvación para la multitud de creyentes que llegarían a ser la simiente de Abraham. Por este motivo, fue necesario que Cristo tuviera naturaleza humana. En todo, él tenía que ser “semejante a sus hermanos” (He. 2:17) de manera que Dios pudiera concedernos el perdón por medio del sacrificio de Cristo. Por lo tanto, decir que Jesús no era totalmente de naturaleza humana, es desconocer la base misma de las buenas nuevas acerca de Cristo.
Cada vez que los creyentes bautizados pecan, ellos pueden acercarse a Dios, confesando su pecado en oración por medio de Cristo (1 Jn. 1:9); Dios está consciente de que Cristo fue tentado para pecar exactamente como son tentados ellos, pero que él fue perfecto, venciendo esa misma tentación en la que ellos fallaron. Por este motivo, “Dios… en Cristo” puede perdonarnos (Ef. 4:32). Por lo tanto, es vital reconocer cómo Cristo fue tentado tal como nosotros, y necesitaba tener nuestra naturaleza para que esto fuera posible. “Dios es Espíritu” (Jn. 4:24) por naturaleza y como “Espíritu” él no tiene carne y sangre. Que Cristo tenga naturaleza de “carne” significa que de ninguna manera tuvo la naturaleza de Dios durante toda su vida.
Todos los intentos previos de los hombres por guardar la palabra de Dios, es decir, vencer totalmente la tentación, habían fracasado. Por lo tanto, “Dios, enviando a su hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne” (Ro. 8:5). El “pecado” se refiere a la propensión natural hacia el pecado que tenemos por naturaleza. Ya hemos cedido a esto, y continuamos haciéndolo, y “la paga del pecado es muerte”. Para salir de este predicamento, el hombre necesitaba ayuda adicional. Él por sí solo parecía incapaz de perfección; no correspondía ni corresponde a la carne redimir a la carne.
Por lo tanto, Dios intervino y nos dio a su propio Hijo, quien tenía nuestra “carne de pecado”, con todas las propensiones que nosotros tenemos hacia el pecado. Romanos 8:3 describe la naturaleza humana de Cristo como “carne de pecado”. En unos pocos versículos anteriores, Pablo habló de que en la carne “no mora el bien”, y que la carne milita naturalmente contra la obediencia a Dios (Ro. 7:18-23). En este contexto, es maravilloso leer en Romanos 8:3 que Cristo tenía “carne de pecado”. Fue debido a esto, y a que él venció esa carne, que nosotros tenemos una vía de escape de nuestra carne; Jesús tenía plena conciencia de la pecaminosidad de su propia naturaleza. En una ocasión se dirigieron a él como “maestro bueno”, con la implicación de que él era “bueno” y perfecto por naturaleza. El respondió:
“¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino solo uno, Dios” (Mr. 10:17,18). En otra ocasión, los hombres empezaron a testificar de la grandeza de Cristo debido a una serie de notables milagros que él había realizado. Jesús no capitalizó esto “porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre” (Jn. 2:23-25).
Debido a su gran conocimiento de la naturaleza humana (conocía todo acerca de esto), Cristo no quería que los hombres lo elogiaran personalmente, ya que él sabía cuan maligna era su propia naturaleza humana.
LA HUMANIDAD DE JESÚS
Los relatos del evangelio suministran muchos ejemplos de que Jesús tenía una naturaleza totalmente humana. Está escrito que él estaba cansado, y tuvo que sentarse a beber de un pozo (Jn. 4:6). “Jesús lloró” por la muerte de Lázaro (Jn. 11:35). En sumo grado, el relato de sus sufrimientos finales debería ser prueba suficiente de su humanidad:
“Ahora está turbada mi alma”, admitió mientras oraba a Dios para que lo salvara de tener que pasar por su muerte en la cruz (Jn. 12:27). Él oró, diciendo: “Padre mío, si es posible, pase de mi esta copa [de sufrimiento y muerte]; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mt. 26:39). Esto indica que en algunos casos su ‘voluntad’ (deseos de Cristo) era diferente a la de Dios.
Sin embargo, durante toda su vida Cristo había sometido su voluntad a la de Dios en preparación para esta prueba final de la cruz: “No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre” (Jn, 5:30). Esta diferencia entre la voluntad de Cristo y la de Dios es prueba suficiente de que Jesus no era Dios.
Se espera que durante nuestra vida crezcamos en nuestro conocimiento acerca de Dios, aprendiendo de las pruebas que experimentamos en la vida. En esto, Jesús fue nuestro gran ejemplo. El no tuvo dentro de sí un conocimiento completo de Dios mayor del que nosotros tenemos.
Desde su niñez “Jesús crecía en sabiduría y en estatura [es decir, madurez espiritual; compárese con Ef. 4:13], y en gracia para con Dios y los hombres” (Lc. 2:52). “El niño crecía y se fortalecía” (Lc. 2:40). Estos dos versículos describen el crecimiento físico de Cristo paralelo a su desarrollo espiritual; el proceso de crecimiento ocurrió en él en forma natural y espiritual. Si “el Hijo es Dios”, como declara el credo de Atanasio referente a la ‘Trinidad’, esto no habría sido posible. Incluso al final de su vida, Cristo admitió que no conocía el tiempo exacto de su segunda venida, aunque el Padre sí (Mr. 13:32). Él hacía preguntas a los maestros de la ley a la edad de 12 años, ansioso por aprender, y a menudo habló de que él había aprendido y había sido enseñado por su Padre.
La obediencia a la voluntad de Dios es algo que todos tenemos que aprender en un período de tiempo. Cristo también tuvo que pasar por este proceso de aprender obediencia a su Padre, como tiene que hacerlo cualquier hijo. “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia [es decir, obediencia a Dios]; y habiendo sido perfeccionado [es decir, espiritualmente maduro], vino a ser autor de eterna salvación” como resultado de su completo y total crecimiento espiritual (He. 5:8,9). Filipenses 2:7,8 (comentado más adelante en la Digresión 27) consigna este mismo proceso de crecimiento espiritual en Jesús, que culminó en su muerte en la cruz. El “se despojó a sí mismo, tomando forma [comportamiento] de siervo… se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la… muerte de cruz”. El lenguaje que se usa aquí ilustra cómo Jesús conscientemente creció espiritualmente, haciéndose a sí mismo completamente humilde. Así que finalmente “se hizo obediente” al deseo de Dios de que muriera en la cruz. De modo que él fue “perfeccionado” por la manera como aceptó sus sufrimientos.
Es evidente por esto que Jesús tuvo que hacer un esfuerzo consciente y personal de ser justo; de ninguna manera fue obligado por Dios, lo que habría hecho de él un simple títere. Jesús verdaderamente nos amaba, y dio su vida en la cruz por este motivo. El constante énfasis en el amor de Cristo por nosotros sería insincero si Dios lo hubiese forzado a morir en la cruz (Ef. 5:2,25; Ap. 1:5; Gá. 2:20). Si Jesús fue Dios, entonces él no habría tenido más opción que ser perfecto y luego morir en la cruz. Que Jesús efectivamente tenía estas opciones, nos permite apreciar su amor y formar una relación personal con él.
Fue debido a la buena disposición de Cristo de dar su vida voluntariamente, que Dios quedó tan complacido con él: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida… Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo” (Jn. 10:17,18). Es difícil entender que Dios haya quedado tan complacido con la obediencia voluntaria de Cristo si Jesús era Dios, viviendo una vida en forma humana como alguna clase de asociación condescendiente con el hombre pecador (Mt. 3:17; 12:18; 17:5). Estos relatos de la complacencia del Padre en la obediencia del Hijo son prueba suficiente de que Cristo tenía la posibilidad de desobedecer, pero conscientemente eligió ser obediente.
CRISTO TENÍA NECESIDAD DE SALVACIÓN
Debido a su naturaleza humana, Jesús era mortal como lo somos nosotros. En vista de esto, Jesús necesitaba que Dios lo salvara de la muerte. Reconociendo esto intensamente, Jesús “ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al [a Dios] que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente” (He. 5:7). El hecho de que Cristo tenía que suplicar a Dios para que lo salvara de la muerte, elimina toda posibilidad de que él fuera Dios en persona. Después de la resurrección de Cristo, la muerte “no se enseñorea más de él” (Ro. 6:9), implicando que antes estaba bajo su dominio.
Muchos de los Salmos son proféticos de Jesús; cuando en el Nuevo Testamento se citan algunos versículos de un Salmo acerca de Cristo, es razonable asumir que muchos de los otros versículos del Salmo tratan también acerca de él. Hay numerosas ocasiones en las que se hace hincapié en que Cristo necesitaba la salvación de parte de Dios:
- Salmos 91:11,12, es citado con referencia a Jesús, en Mateo 4:6. Salmos 1:16 profetiza acerca de cómo Dios daría la salvación a Jesús: “Lo saciaré de larga vida [es decir, vida eterna], y le mostraré mi salvación”. Salmos 69:21 se refiere a la crucifixión de Cristo (Mt. 27:34); el Salmo completo describe los pensamientos de Cristo en la cruz: “Sálvame, oh Dios… acércate a mi alma, redímela… tu salvación, oh Dios, me ponga en alto” (vrs. 1,18, 29). - El Salmo 89 es un comentario de la promesa que Dios hizo a David referente a Cristo. Con relación a Jesús, Salmos 89:26 profetiza: “El me [Dios] clamará; Mi padre eres tú, Mi Dios, y la roca de mi salvación”.
- Las oraciones de Cristo a Dios pidiendo salvación fueron escuchadas; se le escuchó debido a su espiritualidad personal, no porque ocupara un lugar en una ‘Trinidad’ (He. 5:7). Que Dios resucitó a Jesús y lo glrificó con inmortalidad es un tema principal en el Nuevo Testamento:
- “Dios… levantó a Jesús… A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador” (Hch. 5:30,31).
- Dios… ha glorificado a su Hijo Jesús… a quien Dios ha resucitado de los muertos” (Hch. 3:13,15). - “A este Jesús resucitó Dios” (Hch. 2:24, 32,33).
- Jesús mismo reconoció todo esto cuando pidió a Dios que lo glorificara (Jn. 17:5, compárese con 13:32; 8:54).
Si Jesús era Dios mismo, entonces todo este énfasis estaría fuera de lugar, en vista de que Dios no puede morir. Jesús no habría necesitado que lo salvaran si él era Dios. Que fue Dios quien exaltó a Jesús, demuestra la superioridad de Dios sobre él, y el carácter separado de Dios y Jesús. De ninguna manera Cristo pudo haber sido “verdadero y eterno Dios [con] dos… naturalezas… Divinidad y naturaleza humana”, como declara el primero de los 39 Artículos de la Iglesia Anglicana. Por el significado mismo de la palabra, un ser puede tener sólo una naturaleza. Proponemos que la evidencia de que Cristo fue de nuestra naturaleza humana es abrumadora.
LA RELACIÓN DE DIOS CON JESÚS
Considerar cómo Dios resucitó a Jesús, nos lleva a pensar en la relación entre Dios y Jesús. Si ellos son “co-iguales… co-eternos”, como declara la doctrina de la Trinidad, entonces deberíamos esperar que su relación sea la de personas iguales. Ya hemos visto amplia evidencia de que este no es el caso. La relación entre Dios y Cristo es similar a la que hay entre marido y mujer: “Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo” (1 Co. 11:3).
Como el marido es la cabeza de la esposa, así Dios es la cabeza de Cristo, aunque ellos tienen la misma unidad de propósito que debería existir entre marido y mujer. De modo que “Cristo [es] de Dios” (1 Co. 3:23), así como la mujer pertenece al esposo.
A menudo se declara que Dios el Padre es Dios de Cristo. El hecho de que a Dios se le describe como “el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo (1 P. 1:3; Ef. 1:17) incluso después de la ascención de Cristo al cielo, muestra que esta es ahora la relación entre ellos, como lo fue durante la vida mortal de Cristo. Algunas veces los trinitarios sostienen que Cristo sólo se menciona como menor que Dios durante su vida en la tierra.
Las cartas del Nuevo Testamento se escribieron algunos años después de que Cristo ascendió al cielo; no obstante a Dios se le menciona como Dios y Padre de Cristo. Todavía Jesús trata al Padre como su Dios.
Apocalipsis, el último libro del Nuevo Testamento, se escribió muchos años después de la glorificación y ascención de Cristo; no obstante habla de Dios como “Dios, su Padre [de Cristo]” (Ap. 1:6). En este libro, Cristo resucitado y glorificado dio mensajes a los creyentes. Él habla del “templo de mi Dios… el nombre de mi Dios… la ciudad de mi Dios” (Ap. 3:12). Esto prueba que Jesús incluso ahora piensa en el Padre como su Dios –y por lo tanto, él (Jesús) no es Dios.
Durante su vida mortal, Jesús se relacionó con su Padre de manera similar. Él habló de ascender “a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Jn. 20:17). En la cruz, Jesús expresó su humanidad en pleno: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46). Es imposible entender tales palabras si fueron pronunciadas por Dios mismo.
El hecho mismo de que Jesús oró a Dios “con gran clamor y lágrimas” indica en sí mismo la verdadera naturaleza de su relación (He. 5:7; Lc. 6:12). Evidentemente, Dios no puede orar a sí mismo. Incluso ahora, Cristo ora a Dios por nosotros (Ro. 8:26,27; compárese con 2 Co. 3: 18).
“SIENDO EN FORMA DE DIOS”
Jesús… siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo” (Fil. 2:5-11).
Estos versículos se han interpretado con el significado de que Jesús era Dios, pero que en su nacimiento se convirtió en ser humano. Si esto es cierto, entonces también se debe intentar dar una explicación satisfactoria a los argumentos presentados en los Estudios 7 y 8. Afirmamos que no puede hacerse que un versículo contradiga el tenor general de la enseñanza de la Biblia. Es significativo que este es casi el único pasaje al que se puede acudir para intentar dar una razón satisfactoria del ‘eslabón perdido’ en el razonamiento trinitario: cómo fue que Jesús se transfirió desde su condición de Dios en el cielo a un bebé en el vientre de María.
El siguiente análisis procura demostrar lo que realmente significa este pasaje.
1. Hay numerosas frases casi casuales dentro de este pasaje que contradicen categóricamente la idea trinitaria:
a) La frase “Dios también le exaltó [a Jesús]… y le dio un nombre” (v. 9) muestra que Jesús no se exaltó a sí mismo: Dios lo hizo. Se desprende que él no estaba en un estado exaltado antes de que Dios lo hiciera por él, en la resurrección.
b) El proceso completo de la humillación de Cristo a sí mismo, y la subsiguiente exaltación por Dios había de ser “para gloria de Dios Padre” (vr. 11). Por lo tanto, Dios el Padre no es co-igual con el Hijo.
2. El contexto de este pasaje debe considerarse cuidadosamente. Pablo no empieza a hablar acerca de Jesús en forma inesperada. En Filipenses 2:5 él se refiere a la mente de Jesús. Retrocediendo hasta Filipenses 1:27, Pablo empieza a hablar de la importancia de nuestro estado mental. Esto se desarrolla en los primeros versículos del capítulo 2: “Unánimes, sintiendo una misma cosa… con humildad… no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Fil. 2:2-5). Por lo tanto, Pablo está hablando de la importancia de tener un criterio como el de Jesús, que esté dedicado al humilde servicio de los demás. Por lo tanto, los versículos que siguen son un comentario acerca de la humildad de mente que demostró Jesús y no se refieren a algún cambio de naturaleza.
3. Jesús fue “en forma de Dios”. En el Estudio 8.3 hemos mostrado que Jesús era de naturaleza humana, y por lo tanto esto no puede referirse a que Cristo tenía naturaleza divina. De paso, debe notarse que algunas traducciones modernas diseñadas para una ‘lectura fácil’, pasan por alto el significado preciso del texto griego, y tienden a dar una paráfrasis más bien que una traducción en ciertos pasajes. Filipenses 2:5-8 es un ejemplo clásico de esto. Sin embargo, esto no significa censurar su uso en otros casos.
Que la palabra “forma” (griego, ‘morphe’) no puede referirse a la naturaleza esencial queda demostrado en Filipenses 2:7 que habla de que Cristo tomó “la forma de siervo”. El tenía la forma de Dios, pero tomó la forma de siervo. La naturaleza esencial de un siervo no es diferente a la de cualquier otro hombre. En armonía con el contexto, podemos interpretar esto con seguridad con el significado de que aunque Jesús era perfecto, tenía una mente totalmente inclinada a Dios, aunque estaba dispuesto a comportarse como un siervo. En algunos versículos posteriores Pablo nos alienta a llegar a ser “semejantes a él [a Jesús] en su muerte” (Fil.3:10). Hemos de compartir la ‘morphe’, la forma de Cristo que él mostró en su muerte. Esto no significa que hemos de compartir la naturaleza que él tenía entonces, porque nosotros ya tenemos naturaleza humana.
No tenemos que cambiarnos nosotros mismos para tener naturaleza humana, pero necesitamos cambiar nuestro modo de pensar de manera que tengamos la ‘morphe’ o imagen mental que Cristo tuvo en su muerte. Aquí, en Filipenses 2, hay una clara alusión a Génesis 1:27. El hombre fue hecho ‘a imagen de Dios’ con la intención de que él gobernara sobre la creación, aunque no era inmortal. Cuando desobedeció a Dios, él literalmente (cuando extendió su mano para tomar del fruto prohibido) codició la igualdad con Dios. La consecuencia fue contraria a lo que dijo la serpiente: la sentencia de muerte cayó sobre él y sobre sus descendientes. Jesucristo tomó el camino opuesto. Él también era ‘a imagen de Dios’; pero “no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”. Él se despojó a sí mismo del orgullo humano y fue obediente a su Padre.
La palabra griega ‘morphe’ significa una imagen, impresión o parecido. Se dice que los seres humanos tienen “apariencia [morphe] de piedad” (2 Ti. 3:5). Gálatas 4:19 habla de que “Cristo sea formado” en los creyentes. Debido a que Jesús tenía un carácter perfecto, un modo de pensar perfectamente inclinado a Dios, él fue “en forma de Dios”. Por esto, no fue para él una ‘apropiación’ pensar o saber que en este sentido él era uno con Dios. La versión Reina-Valera (Revisión de 1960) traduce esta frase diciendo que Jesús no estimó la igualdad con Dios “como cosa a qué aferrarse”. Si esta traducción es correcta (la que también es apoyada por la Versión Revisada Estandar y la Nueva Versión Internacional en inglés), entonces esto desaprueba totalmente la teoría de que Jesús era Dios. En conformidad con esto, Jesús ni por un momento consideró la idea de ser igual a Dios; él sabía que estaba sujeto a Dios, y que no era igual a él.
4. “Cristo “se despojó a sí mismo” aludiendo a la profecía de su crucifixión en Isaías 53:12: “Derramó su vida hasta la muerte”. Él “tomó forma [manera] de siervo” por su actitud de servicio con sus seguidores (Jn. 13:14), lo que quedó sumamente demostrado por medio de su muerte en la cruz (Mt. 20:28). Isaías 52:14 profetizó referente a los sufrimientos de Cristo de que en la cruz “de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres”. Esta progresiva humillación de sí mismo “hasta la muerte, y muerte de cruz” fue algo que ocurrió durante su vida y muerte, no en su nacimiento. Hemos mostrado que el contexto de este pasaje se relaciona con la mente de Jesús, cuya sumisión se nos presenta como ejemplo para copiar.
Por lo tanto, estos versículos hablan acerca de la vida de Jesús en la tierra, en nuestra naturaleza humana, y cómo él se humilló a sí mismo, a pesar de tener una mente totalmente a tono con Dios, para considerar nuestras necesidades.
5. Si Cristo era Dios por naturaleza y luego se despojó de eso y tomó naturaleza humana, como los trinitarios intentan interpretar este pasaje, entonces Jesús no era “verdadero Dios” mientras estuvo en la tierra; no obstante, los trinitarios creen que sí era. Todo esto demuestra las contradicciones que se crean por subscribirse a una definición hecha por el hombre, como lo es la Trinidad.
6. Finalmente, una acotación referente a la frase “siendo en forma de Dios”. La palabra griega traducida como “siendo” no significa ‘siendo originalmente, desde la eternidad’. Hechos 7:55 habla de que Esteban estaba “lleno del Espíritu Santo”. El estaba entonces lleno del Espíritu Santo y lo había estado por algún tiempo; pero no siempre había estado así.
En Lucas 16:23; Hechos 2:30; Gálatas 2:14, se pueden encontrar otros ejemplos. Por lo tanto, la frase acerca de Cristo “siendo en forma de Dios” significa que él era (mentalmente) en forma de Dios, y no implica que era de esa forma desde el principio del tiempo.
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