HISTORIA: SE INCORPORAN LOS GENTILES
En la entrada anterior (Cristianismo: En la Cuna del Judaismo), vimos cómo el cristianismo surgió como una rama del judaísmo. Los primeros creyentes en Cristo eran judíos. Pero el mensaje de salvación no sólo era para los judíos, sino para todo aquel que creyera. Jesús era la simiente prometida a Abraham, a través de la cual todas las naciones de la Tierra iban a ser bendecidas...
(Génesis 22:18) En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz.
Jesús vino a los suyos (pueblo judío), pero muy pocos le recibieron.
(Juan 1:11-13) A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. (12) Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; (13) los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.
Fueron pocos los judíos que reconocieron a Jesús como el Mesías, pero curiosamente pasó algo diferente entre los gentiles, ya que muchos comenzaron a creer en Él.
El evangelio comenzó a tomar auge entre los gentiles, lo cual trajo muchas dudas entre los creyentes. Al convertirse en cristianos, ¿implicaba eso que debían convertirse en judíos? ¿Debían circuncidarse y cumplir con toda la Ley para ser aceptados entre el Pueblo de Dios?
(Hechos 15:1-2) Entonces algunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos. (2) Como Pablo y Bernabé tuviesen una discusión y contienda no pequeña con ellos, se dispuso que subiesen Pablo y Bernabé a Jerusalén, y algunos otros de ellos, a los apóstoles y a los ancianos, para tratar esta cuestión.
Este dilema surgió desde el principio de la iglesia cristiana, y fue un tema que trataron los apóstoles.
SALVACIÓN DE LOS JUDÍOS, PARA TODOS
Los primeros creyentes eran todos judíos. El Mesías era judío y los discípulos eran judíos. Jesús mismo dijo que “la salvación viene de los judíos”:
(Juan 4:22) Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos.
Pero que la salvación “venga” de los judíos (a través de Yeshua), eso no quiere decir que la salvación sea exclusivamente para los judíos. La salvación no viene por el cumplimiento de la ley, en cuyo caso nadie podría ser salvo, ya que todos hemos fallado. La salvación no viene por creer en una religión sino por creer en Jesucristo el Mesías (heb. Yeshua HaMashiaj). La Biblia claramente explica que la salvación es por fe. Esta no es una revelación exclusiva del Nuevo Testamento; desde el principio la Biblia enseña que Abraham creyó y le contado por justicia (Gen. 15:6). Abraham y todos somos salvos por fe y no por obras.
(Romanos 4:6-9) Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras, (7) diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. (8) Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado. (9) ¿Es, pues, esta bienaventuranza solamente para los de la circuncisión, o también para los de la incircuncisión? Porque decimos que a Abraham le fue contada la fe por justicia.
Ciertamente, Dios espera que su pueblo obedezca y guarde sus mandamientos, pero eso no es lo que nos gana la salvación—sólo la fe, en mérito de Jesucristo.
(Gálatas 2:16) sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado.
(Romanos 6:15-18) ¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera. (16) ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? (17) Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; (18) y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.
(Romanos 5:1) Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.
La salvación sólo viene por la fe en el Mesías, quien pagó el precio de nuestra justicia en la cruz; pero luego de ser salvos, nosotros respondemos al regalo de la salvación con nuestra obediencia. La obediencia es por amor a Dios, y también porque así nos irá bien.
(Deuteronomio 4:39-40) Aprende pues, hoy, y reflexiona en tu corazón que Jehová es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra, y no hay otro. (40) Y guarda sus estatutos y sus mandamientos, los cuales yo te mando hoy, para que te vaya bien a ti y a tus hijos después de ti, y prolongues tus días sobre la tierra que Jehová tu Dios te da para siempre.
RECHAZO A LOS GENTILES
Ya vimos que los primeros creyentes eran judíos, y no dejaron de serlo. En el libro de Hechos vimos que Pablo siguió reuniéndose en las sinagogas. Durante sus visitas a la sinagoga, Pablo comenzó a compartir con sus hermanos judíos la revelación que Jesús era el Mesías. Algunos creyeron, pero muchos se opusieron al punto que lo expulsaron de algunas sinagogas. Curiosamente, lo que más les molestó de la enseñanza de Pablo era la idea de que los gentiles fueran incorporados entre el pueblo de Dios.
¿Por qué el rechazo a los gentiles? Su preocupación se entiende en parte, porque los gentiles vivían de una forma alejada del orden de Dios, y no querían que las congregaciones se contaminaran. Aun Pedro se opuso en el principio. Los judíos consideraban impuros a los gentiles, y ciertamente lo eran según el orden establecido por Dios. Pero eso no quiere decir que no pudieran purificarse. Dios le mostró esto a Pedro en la visión del lienzo en el cielo (ver estudio de Hechos capítulo 10 y capítulo 11).
Aunque la preocupación de los judíos fuera válida, la solución no era “alejar” a los gentiles, sino “educarlos”. A esta conclusión llegaron los apóstoles en el Concilio de Jerusalén (Hechos 15).
CONCILIO DE JERUSALÉN
Aun entre los judíos creyentes en Jesús (también llamados: Nazarenos) había disensión la inclusión de los gentiles entre su comunidad religiosa. Unos decían que los gentiles debían convertirse en judíos para ser salvos, y otros decían que no.
(Hechos 15:1-2) Entonces algunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos. (2) Como Pablo y Bernabé tuviesen una discusión y contienda no pequeña con ellos, se dispuso que subiesen Pablo y Bernabé a Jerusalén, y algunos otros de ellos, a los apóstoles y a los ancianos, para tratar esta cuestión.
¿Quién tenía la razón? Los líderes entre los creyentes se reunieron en Jerusalén para discutir este tema, en lo que se conoce como el Concilio de Jerusalén (Hechos 15).
Allí no se discutió si la Torá seguía válida o no; nadie puso en duda que la Palabra de Dios seguía vigente, pues es eterna. Más bien, el tema del Concilio era la inclusión de gentiles entre la comunidad de creyentes.
Tanto gentiles como judíos eran salvos por fe. Nadie es perfectamente justo como para salvarse por sus buenas obras—ni aún los judíos. Pero esto no quiere decir que uno viva como quiera. Uno debe tratar de vivir como Dios manda, para honrar a Dios y para que nos vaya bien. Los gentiles no conocían la Torá, pero podían aprender. Mientras aprendían, los líderes de la iglesia (Santiago, Pedro, Pablo, entre otros) determinaron que se debía pedir a los gentiles creyentes seguir por lo menos ciertos lineamientos básicos de convivencia, y esto fue lo que se definió en el Concilio de Jerusalén…
(Hechos 15:19-21) Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, (20) sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre. (21) Porque Moisés desde tiempos antiguos tiene en cada ciudad quien lo predique en las sinagogas, donde es leído cada día de reposo.
Los gentiles creyentes debían adherirse al orden de Dios, tal como está establecido en la Torá (no necesariamente en las tradiciones humanas). Pero mientras aprendían, por lo menos debían dejar ciertas costumbres que eran comunes entre los paganos de la época, pero que iban en contra de la Palabra de Dios. Era lo mínimo que debían respetar para una convivencia con la comunidad creyente judía. Luego los gentiles irían aprendiendo poco a poco el orden de Dios al estudiar la Torá todos los días de reposo (sábados, en heb. Shabat).
CERRARON LAS PUERTAS
El problema fue que pocos creyentes gentiles tuvieron la oportunidad de estudiar la Torá porque les cerraron las puertas en muchas sinagogas.
Esta situación fue lamentable, ya que los gentiles temerosos de Dios no se les dio la oportunidad de aprender la Palabra en su contexto hebreo. Por eso es muy significativo lo que Jesús dijo a una de las iglesias de Apocalipsis:
(Apocalipsis 3:7-9) Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre: (8) Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre. (9) He aquí, yo entrego de la sinagoga de Satanás a los que se dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten; he aquí, yo haré que vengan y se postren a tus pies, y reconozcan que yo te he amado.
Aunque los religiosos les cerraron la puerta a los creyentes gentiles, pero el Señor se las abrió.
En muchas sinagogas aún comenzaron a rechazar a los judíos que creían en Jesús como Mesías. Dondequiera que Pablo iba, él siempre se dirigía primero a la sinagoga local. Pero cuando rechazaban el mensaje del Evangelio, él sacudía sus sandalias y se dirigía después a los gentiles.
(hechos 19:8-9) Y entrando Pablo en la sinagoga, habló con denuedo por espacio de tres meses, discutiendo y persuadiendo acerca del reino de Dios. (9) Pero endureciéndose algunos y no creyendo, maldiciendo el Camino delante de la multitud, se apartó Pablo de ellos y separó a los discípulos, discutiendo cada día en la escuela de uno llamado Tiranno.
CONSECUENCIA…
La consecuencia más seria de haber cerrado las puertas de las sinagogas a los creyentes gentiles es que éstos ya no tuvieron acceso a la sabiduría que proviene de estudiar las escrituras con el entendimiento hebreo. Al ir creciendo la congregación de nazarenos (cristianos), el número de gentiles fue incrementando mientras que la cantidad de judíos fue disminuyendo. Al principio, los líderes de la iglesia eran los discípulos de Jesús, que eran judíos y conocían la Torá; pero conforme fue pasando el tiempo casi todos los líderes de la iglesia era de trasfondo gentil. Poco a poco, el pensamiento griego y aún pagano se fueron infiltrando en la doctrina de la iglesia.
Ya sea por ignorancia o por conformidad con el mundo, la iglesia cristiana se fue alejando de sus raíces hebreas. En la próxima entrada veremos cómo sucedió esto…
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