CRISTIANISMO: EN LA CUNA DEL JUDAISMO



¿De dónde surgió el Cristianismo? Éste no surgió de un vacío, sino como una rama del Judaísmo. Jesús era judío; sus doce discípulos eran judíos. Todos ellos no sólo eran judíos de nacimiento, sino vivían su fe. Tanto Jesús como sus seguidores cumplían con las Escrituras hebreas (Torá, Profetas y Escritos, en hebreo Tanaj).

Los primeros creyentes no estaban pensando en formar una nueva religión, sino seguir como judíos, creyendo en un Mesías judío, pero con una interpretación fresca y más pura de las Escrituras.

Jesús dijo claramente que no vino a abolir las Escrituras, sino a cumplirlas, e instó a que así se siguiera enseñando…

(Mateo 5:17-19) No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. (18) Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido. (19) De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos.

Dios no cambió de “opinión”, ni ha cambiado Su orden. Cuando Dios dio la Ley (heb. Torá) en el Monte Sinaí, Él no se equivocó. Su Palabra es verdadera y eterna.

(Isaías 40:8) Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre.

(Salmo 119:89-93) Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los cielos. (90) De generación en generación es tu fidelidad; Tú afirmaste la tierra, y subsiste. (91) Por tu ordenación subsisten todas las cosas hasta hoy, pues todas ellas te sirven. (92) Si tu ley no hubiese sido mi delicia, ya en mi aflicción hubiera perecido. (93) Nunca jamás me olvidaré de tus mandamientos, porque con ellos me has vivificado.

Las Escrituras nos señalan el plan de redención que Dios trazó desde el principio, apuntando hasta el final, y Su Plan no ha cambiado sino que está en el proceso de su cumplimiento, hasta que el Señor venga y restaure todas las cosas (Hechos 3:18-21).


PABLO Y LA LEY

Pablo (heb. Shaul), el apóstol que llevó el Evangelio a los gentiles, también era judío. Y él no era cualquier judío, pues era fariseo, la rama del judaísmo que seguían estrictamente la Torá y la tradición. Él lo explica en sus propias palabras:

(Filipenses 3:5-6) circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; (6) en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible.

Pablo no dejó de ser judío, aún después de reconocer a Jesús como el Mesías (en el camino a Damasco, Hechos 9). Luego del encuentro con el Señor, Pablo dedicó muchos años a estudiar y revisar las Escrituras para entender lo que hablaban sobre el Mesías (Gálatas 1:13-17; Lucas 24:27). Después él dedicó su vida a enseñar, tanto a judíos como a gentiles, sobre Jesucristo (heb. Yeshua HaMashiaj, lit. Jesús el Mesías).

A través de esta experiencia y la revelación del Espíritu Santo en el estudio de la palabra, Pablo llegó a entender que lo más importante no es la ley en sí, sino una relación con Dios. Antes de conocer a Jesús, Pablo se gloriaba de sus logros religiosos, pero después de conocer al Señor, él supo que lo más importante era cultivar una relación con Él.

(Filipenses 3:7-13) Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. (8) Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, (9) y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; (10) a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, (11) si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos. (12) No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. (13) Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante.

Parte importante de conocer a Dios es tener conocimiento de Su Palabra. Para poder entender a Dios, debemos conocer Su Mente y Corazón, los cuales están plasmados en las cartas que Él dictó a Su Pueblo: los primeros cinco libros de la Biblia, que en hebreo se conoce como la Torá (Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio). Dios dictó estos cinco libros directamente a Moisés, quien los escribió y los trasladó al pueblo de Israel, y han sido transmitidos de generación en generación.

(Deuteronomio 4:1-2) Ahora, pues, oh Israel, oye los estatutos y decretos que yo os enseño, para que los ejecutéis, y viváis, y entréis y poseáis la tierra que Jehová el Dios de vuestros padres os da. (2) No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordene.

Pablo nunca dejó de enseñar la Ley de Dios, ni dejó de cumplirla; así lo hizo hasta el final de sus días.

(Hechos 24:14-16) Pero esto te confieso, que según el Camino que ellos llaman herejía, así sirvo al Dios de mis padres, creyendo todas las cosas que en la ley y en los profetas están escritas; (15) teniendo esperanza en Dios, la cual ellos también abrigan, de que ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos. (16) Y por esto procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres.


(Hechos 28:17-18) Aconteció que tres días después, Pablo convocó a los principales de los judíos, a los cuales, luego que estuvieron reunidos, les dijo: Yo, varones hermanos, no habiendo hecho nada contra el pueblo, ni contra las costumbres de nuestros padres, he sido entregado preso desde Jerusalén en manos de los romanos; (18) los cuales, habiéndome examinado, me querían soltar, por no haber en mí ninguna causa de muerte.

La diferencia con las otras sectas judías es que él enseñaba que Jesús era el Mesías, y que las puertas del Reino de Dios se habían abierto a los gentiles.

Pablo no anuló la Ley (Torá); él simplemente aclaró que somos salvos por fe y por gracia, y luego de ser salvos nos volvemos “siervos de justicia”, siendo obedientes al orden establecido por nuestro Señor.

(Romanos 6:15-18) ¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera. (16) ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? (17) Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; (18) y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.

Los creyentes obedecemos la ley no para ser “salvos” sino por obediencia, porque Dios la mandó y para que nos vaya bien (Deut. 4:40; Deut. 12:28).

(Deuteronomio 6:24-25)  Y nos mandó Jehová que cumplamos todos estos estatutos,  y que temamos a Jehová nuestro Dios,  para que nos vaya bien todos los días,  y para que nos conserve la vida,  como hasta hoy.  (25)  Y tendremos justicia cuando cuidemos de poner por obra todos estos mandamientos delante de Jehová nuestro Dios,  como él nos ha mandado.


SECTA DE LOS NAZARENOS

A los primeros cristianos se les consideró como una secta dentro del judaísmo, formada por aquellos que creían que Jesús (heb. Yeshua) era el Mesías prometido en las Escrituras.

A los seguidores de Jesús se les llamaba “Notzrim”, que se traduce como “nazarenos”. Se le llamaba así no tanto por el hecho que Jesús era de Nazaret, sino porque consideraban que él era el Mesías, tal como lo profetizó Isaías (cap. 11).

(Isaías 11:1) Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces.

Notzrim viene de la palabra “Netzer”, que significa: renuevo, vástago.

Lo que los diferenciaba a los Notzrim (cristianos) de las demás sectas judías es que ellos creían que Jesús era el Mesías. Otra diferencia es que ellos, aunque seguían la Torá, no seguían todas las tradiciones de los ancianos ni todas las interpretaciones de los rabinos (muchas de las cuales Jesús criticó, al igual que Pablo).

Jesús confrontó a los religiosos de su tiempo sobre algunas tradiciones y doctrinas de hombres:

(Marcos 7:6-9) Respondiendo él, les dijo: Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí. (7) Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. (8) Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres: los lavamientos de los jarros y de los vasos de beber; y hacéis otras muchas cosas semejantes. (9) Les decía también: Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición.

También Pablo advirtió sobre algunas tradiciones de hombres que van en contra de la Ley de Dios:

(Tito 1:14) no atendiendo a fábulas judaicas, ni a mandamientos de hombres que se apartan de la verdad.

(Colosenses 2:8) Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo.


Tanto Jesús como Pablo y los demás apóstoles enseñaban a seguir la Ley de Dios. Ninguno de ellos dijo que la Ley ya no servía. La crítica de Jesús y los apóstoles se enfocó a las interpretaciones humanas, no a la Torá misma.  El rechazo a la ley vino posteriormente entre los cristianos (por razones que mencionaremos más adelante).



LA LEY SEGÚN PABLO

Pablo es muy claro al decir que él guardó la Torá, y así lo enseñó a los demás.

(Hechos 24:14) Pero esto te confieso, que según el Camino que ellos llaman herejía, así sirvo al Dios de mis padres, creyendo todas las cosas que en la ley y en los profetas están escritas.

Leamos lo que Pablo opina acerca de la Ley:

(Romanos 7:12) De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno.

El problema no está en la Ley en sí, sino en la tendencia del hombre a pecar…

(Romanos 7:14-18) Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. (15) Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. (16) Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. (17) De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. (18) Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.

¿Por qué algunos creen que Pablo enseñó en contra de la Ley? El problema es que Pablo ha sido malinterpretado, sobre todo por su epístola a los Gálatas. En esa carta Pablo critica a aquellos que usan la Ley como medio para salvación. Los gálatas creían que una persona debía convertirse en judío para ser salvo; pero Pablo enseñó que no era así, pues la salvación viene por fe. Tanto judíos como gentiles son salvos por la fe, no por la obediencia. Luego, como explica Santiago, la fe se hace evidente con buenas obras (las cuales son el resultado de la salvación, y no la causa).

(Santiago 2:14) Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?

(Santiago 2:17) Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.

El dilema entre la salvación por fe o por obras surgió desde el principio de la iglesia cristiana, sobre todo cuando los gentiles creyentes comenzaron a unirse a la nueva rama del judaísmo (los Nazarenos). Fue un tema que trataron los apóstoles en el Concilio de Jerusalén, lo cual veremos en la próxima entrada…

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