El Punto de Vista Bíblico
Desde el segundo punto de vista, un entendimiento del diablo tiene la misma importancia esencial, aunque con diferente matiz y énfasis. Asumiendo por el momento que no hay tal ser como el diablo de la creencia popular, sino que el diablo es algo totalmente diferente del monstruo infernal de la cristiandad, es de igual importancia que lo entendamos, así como sería importante que aceptáramos la doctrina popular del diablo (si la consideráramos verdadera). Cómo es esto se verá de inmediato.
Nadie que tenga conocimiento de la enseñanza del Nuevo Testamento negará la necesidad de entender y creer la verdad acerca de Cristo. Santiago, hablando de sí mismo y de los que son de Cristo, dice: “El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad” (Santiago 1:18). Pablo, describiendo la purificación espiritual a que están sujetos los creyentes, habla del “lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5:26). Cristo también dice a sus discípulos: “Vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” (Juan 15:3), y a los judíos que tenían la disposición de ser sus discípulos: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). Esta verdad es llamada “la palabra verdadera del evangelio” (Colosenses 1:5), “por el cual…sois salvos” (1 Corintios 15:2).
Descendiendo de estas alusiones generales a los pormenores, encontramos que la palabra de verdad del evangelio, señalada para limpiar y salvar a los hombres, consiste en el mensaje del “reino de Dios” y de la enseñanza “acerca del Señor Jesucristo” (Hechos 28:31), en otra parte denominada “el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo” (Hechos 8:12). De esto se deduce que para que un hombre crea en el evangelio que es poder de Dios para salvación (Romanos 1:16), debe creer la verdad de Jesucristo. En vista de esto, el lector deberá valorar los siguientes testimonios:
“Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.” (1 Juan 3:8)
“Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo.” (Hebreos 2:14)
¿Sería posible creer la verdad de Cristo, siendo al mismo tiempo ignorante de la naturaleza del diablo que Cristo se manifestó para destruir junto con sus obras? Es innecesario contestar la pregunta. Fue necesario expresarla para mostrar que la doctrina del diablo está lejos de ser un asunto sin importancia, pues es una de las principales doctrinas de Cristo. Ignorarla demostraría una lamentable falta de conocimiento de los principios divinos. La doctrina del diablo no es un tema “avanzado,” sino uno de los aspectos elementales de la verdad divina. La idea de que es un tema difícil surge de la confusión proveniente de la tradición y de una traducción deficiente de las Escrituras. El hecho de que el diablo es la causa del pecado y la muerte, por sí solo, indica la importancia del asunto; porque ¿cómo puede uno tener un correcto entendimiento de las cosas divinas, siendo al mismo tiempo ignorante de algo que afecta tan enormemente la relación del hombre con Dios?
Ahora bien, me tomaré inmediatamente la libertad de afirmar que la doctrina popular de un diablo como personaje literal carece totalmente de fundamento en la verdad; más bien es un espantoso invento de la mente pagana, heredado por los modernos directamente de la mitología de los antiguos e incorporado al cristianismo por “hombres corruptos de entendimiento” (1 Timoteo 6:5), de quienes Pablo predijo que pervertirían la verdad “escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (4:1). Al tomar esta posición no ignoro el aparente respaldo que las Escrituras parecen dar a la doctrina. Es más, debido a esta circunstancia se vuelve más importante aún atacar la fraudulenta idea a fin de que las mentes concienzudas, influidas por la pesadilla de la teología, puedan ver que, tal como en otras situaciones, el aparente apoyo de las Escrituras a una doctrina falsa no es apoyo real, sino que resulta de una aceptación irreflexiva de la interpretación tradicional de ciertas alusiones a poderes temporales de otra índole.
En primer lugar, existen ciertos principios generales que excluyen la posibilidad de la existencia del diablo como personaje literal. “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). “El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte” (5:12). Este es un principio eterno: muerte y pecado son inseparables. Dios es “el único que tiene inmortalidad” (1 Timoteo 6:16), y la concede a los hombres según el principio de la obediencia. En todos los casos castiga la desobediencia, que es pecado, con la muerte.
Por consiguiente, los ángeles que no conservaron su primer estado fueron echados al infierno (sepulcro) y reservados bajo cadenas de oscuridad (muerte) (Judas 6; 2 Pedro 2:4). También Adán fue sentenciado a volver al polvo (Génesis 3:19). Por la misma razón, Moisés no pudo entrar en la tierra prometida y fue condenado a muerte (Deuteronomio 32:48,52). Uza fue muerto por ingenuidad (humanamente hablando) al salvar el arca de una caída (2 Samuel 6:6,7). Asimismo, el varón de Dios que vino de Judá a Betel fue muerto por un león al regresar a comer pan con otro profeta, desobedeciendo un mandato divino bajo la sincera impresión de que al hacerlo estaba obedeciendo los mandamientos del Altísimo (1 Reyes 13:1-30).
“Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.” (1 Juan 3:8)
“Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo.” (Hebreos 2:14)
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