Satanás en el Libro de Job


Un ejemplo notable de esto se encuentra en la narración de la prueba de Job. Aquí, un “Satán” o adversario juega un papel prominente y, por supuesto, el lector común piensa en la criatura denominada diablo, Lucifer, Príncipe de las Tinieblas, etc. Ve el monstruo con cuernos, pezuñas, cola, ojos rojos y llameante cetro, cada vez que encuentra en el relato la palabra Satanás. Su vívida imaginación agregará el sonido de las cadenas, el silbido del fuego y del humo, y el resto de accesorios generales de la dignidad satánica, de acuerdo al concepto popular. Esto es debido únicamente al uso incorrecto de la palabra, herencia de los pasados días de obscurantismo. Si el lector usa la palabra “adversario” en vez de “satanás,” como puede verse en algunas versiones de la Biblia, estará leyendo el verdadero significado original, escapando así del satanismo popular.


Pero podría preguntarse quién fue el adversario que resultó ser tan terrible para Job, ejerciendo tal poder contra él. Todo lo que se puede decir al respecto es que no hay información sobre quién fue en particular. Su título indica que era un enemigo de Job, probablemente un enemigo de los hijos de Dios en general, un individuo poderoso, malvado y arrogante, cuya envidia y malicia igualaban la autoridad que parece haber ejercido. Es imposible decir quién era realmente. Pero podemos decir lo que no era. No era el monstruo sulfúrico y cornudo de la superstición popular, puesto que no venía del “infierno” para asistir a la asamblea de los hijos de Dios, sino “de rodear la tierra y de andar por ella.” No era el diablo de la teología popular, quien es tan temeroso de la influencia espiritual que huye cuando le presentan la Biblia o cuando el piadoso cae de rodillas; puesto que entró con arrogancia ante el fulgor de la divina presencia, en medio de una multitud de adoradores.


Tampoco era el malvado a quien se representa en estado de alerta atrapando almas inmortales, y arrastrándolas a su llameante agujero, puesto que había puesto sus ojos en las riquezas de Job y finalmente hizo que su malicia envidiosa afectara al cuerpo de Job. Probablemente fue un poderoso magnate de la época-un profeso compañero de los hijos de Dios-pero un envidioso y despreciable malvado que miró a Job con malos ojos y pensó efectuar su ruina.


Pero, diría usted, ¿qué hay de las calamidades y enfermedad que cayeron sobre Job? ¿Estaba en poder de un hombre mortal controlarlas? La respuesta es que fueron obras de Dios y no del adversario. “Tú me incitaste contra él para que lo arruinara sin causa” (Job 2:3). Este es el lenguaje con el que Dios describe la participación de Satán en el asunto. Fue Dios quien infligió las calamidades ante la instigación del adversario. He aquí el pensamiento de Job respecto de su situación: “¡Oh, vosotros mis amigos, tened compasión de mí, tened compasión de mí! Porque la mano de Dios me ha tocado” (19:21). El narrador, en la conclusión del libro, dice: “Y vinieron a él todos sus hermanos…y se condolieron de él, y le consolaron de todo aquel mal que Jehová había traído sobre él” (42:11). Aunque el adversario hubiese ejercido realmente el poder que afligió a Job, eso no aportaría mayor prueba de que fuera un agente sobrenatural, como tampoco los milagros hechos por Moisés probaron que él era más que un hombre. Dios puede delegar poderes milagrosos aun en manos de hombres mortales.


Los otros tres casos en los que la palabra satán no es traducida sino vertida “Satanás” son los siguientes:


“Pero Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David a que hiciese censo de Israel” (1 Crónicas 21:1).


“Pon sobre él al impío, y Satanás esté a su diestra” (Salmos 109:6).


“Me mostró al sumo sacerdote Josué, el cual estaba delante del ángel de Jehová, y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle. Y dijo Jehová a Satanás: Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda” (Zacarías 3:1,2).


Con relación al primero, el Satanás o adversario referido parece haber sido Dios, puesto que leemos en 2 Samuel 24:1: “Volvió a encenderse la ira de Jehová contra Israel, e incitó a David contra ellos a que dijese: Vé, haz un censo de Israel y de Judá.” Tal como hemos visto, el ángel de Dios fue un Satán [adversario] para Balaam, y en este caso, Dios resultó ser un Satán o adversario para Israel. Movido, indudablemente, por la perversidad general del pueblo, El impulsó a David a que hiciera algo que resultó en un desastre para la nación.


En el segundo caso (Salmos 109:6), es evidente que Satán es sinónimo de la expresión “hombre malvado” que aparece en la primera parte del versículo. La segunda parte es una repetición de la primera en otra forma como es caso frecuente en las Escrituras hebreas. Ejemplos: “Lavó en el vino su vestido, y en la sangre de uvas su manto” (Génesis 49:11); “Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción” (Salmos 16:10).


Según el mismo principio, el hombre malvado que estaba siendo objeto de las imprecaciones de David era un Satanás a su diestra; pero por supuesto, no era el Satanás de la creencia popular.


En el caso de Josué, el sumo sacerdote, la actividad en la que “Satanás” se oponía a él fue tan altamente simbólica (como cualquiera puede verlo leyendo los primeros cuatro capítulos de Zacarías), que no podemos suponer que Satanás, el adversario, fuera un individuo, sino la representación de la clase de antagonistas contra quienes Josué tenía que contender. La naturaleza de éstos puede deducirse de lo siguiente:


“Entonces se levantaron Jesúa hijo de Josadac y sus hermanos los sacerdotes, y Zorobabel hijo de Salatiel y sus hermanos, y edificaron el altar del Dios de Israel, para ofrecer sobre él holocaustos, como está escrito en la ley de Moisés varón de Dios…Oyendo los enemigos de Judá y de Benjamín que los venidos de la cautividad edificaban el templo de Jehová Dios de Israel, vinieron a Zorobabel y a los jefes de casas paternas, y les dijeron: Edificaremos con vosotros…Zorobabel, Jesúa, y los demás jefes de casas paternas de Israel dijeron: No nos conviene edificar con vosotros casa a nuestro Dios, sino que nosotros solos la edificaremos a Jehová Dios de Israel, como nos mandó el rey Ciro, rey de Persia. Pero el pueblo de la tierra intimidó al pueblo de Judá, y lo atemorizó para que no edificara. Sobornaron además contra ellos a los consejeros para frustrar sus propósitos, todo el tiempo de Ciro rey de Persia y hasta el reinado de Darío rey de Persia.” (Esdras 3:2; 4:1-5)


El adversario visto por Zacarías en esta ocasión junto a Josué, representa esta clase de oposición al trabajo en el cual Josué estaba involucrado. Aquellos que insisten que el Satanás popular estaba envuelto en el asunto, tienen que probar primero la existencia de tal ser, para que el pasaje de Zacarías pueda ayudarlos; porque “Satanás” solamente significa adversario y no proporciona mayor respaldo a su teoría que la palabra “mentiroso” o “enemigo.”


La palabra hebrea “satán” fue adoptada por el idioma griego; de aquí que la encontremos en el Nuevo Testamento en la forma Satanás, como la mayoría de los lectores bien saben, debido a que fue escrito en griego. Es aquí donde la palabra es más celosamente apreciada como un sinónimo del popular “ángel del abismo.” La gente piensa que aunque no pueda demostrar la existencia del diablo por medio del Antiguo Testamento, con seguridad pueden encontrar mucho más evidencia en el Nuevo. Sin embargo, una consideración cuidadosa del asunto demostrará que es aquí donde están totalmente equivocados. En el Nuevo Testamento, Satanás no tiene más identidad que la que conocemos del Antiguo Testamento. Esto será rápidamente comprendido por una mente que carezca de prejuicios.


En primer lugar, si Satanás fuera el diablo popular, entonces se volvería muy curiosa la siguiente declaración, dirigida por Jesús a la iglesia de Pérgamo:


“Yo conozco tus obras, y dónde moras, donde está el trono de Satanás; pero retienes mi nombre, y no has negado mi fe, ni aun en los días en que Antipas mi testigo fiel fue muerto entre vosotros, donde mora Satanás.” (Apocalipsis 2:13)


De acuerdo con esto, en los días del apóstol Juan, la residencia de Satanás estaba ubicada en Pérgamo, en Asia Menor. La realidad es que los enemigos de la verdad eran notablemente numerosos, enérgicos y poderosos en aquella ciudad, dedicándose a una exitosa y arrollante persecución de los que profesaban el nombre de Cristo. Esto logró para tal lugar la temible distinción que Jesús le da de “trono de Satanás [el adversario]” y de “morada de Satanás [el adversario].” Esto podemos entenderlo: si el diablo popular es en realidad Satanás, entonces somos invitados a contemplar la idea de que el diablo había abandonado el infierno en aquellos días para establecer su residencia en la saludable ciudad de Pérgamo, desde donde despachaba sus atareados emisarios a recorrer el globo entero.


El Apostol Pedro como Satanás

Jesús en cierta ocasión llamó “Satanás” a Pedro:


“Pero el, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mateo 16:23; Marcos 8:33).


Entendiendo que “Satanás” significa “adversario,” podemos comprender este incidente. Pedro protestaba contra el sacrificio de Cristo. De aquí que él tomara la actitud de un enemigo, pues de no morir Jesús, se habría frustrado el propósito de su manifestación: las Escrituras se habrían vuelto una falsificación, Dios habría sido deshonrado y se habría impedido la salvación. Por consiguiente, al oponerse a la muerte de Cristo, Pedro era Satanás en el sentido bíblico. Este es el sentido que Cristo verdaderamente define: “Tú (Pedro) te complaces no con las cosas de Dios, sino con las de los hombres.” Estar en el lado de los hombres, en contra de Dios, equivale a ser Satanás. Pedro estaba, por el momento, en esta posición. Se había vuelto parte del gran adversario-la mente carnal-como colectivamente se ejemplifica en el mundo que está bajo el maligno (1 Juan 5:19); la amistad del cual es enemistad con Dios (Santiago 4:4). Por esta razón, Jesús le manda apartarse de su presencia.


Pero ¿qué hay acerca del diablo popular? ¿Era Pedro realmente Satanás en el sentido popular? Verdaderamente lo era si el entendimiento popular de la palabra es correcta, pues Jesús dijo que lo era. Sin embargo, Pedro no era un ángel caído sino un hombre que llegó a ser un prominente destacado apóstol de Cristo. Por consiguiente, la interpretación tradicional es un equivocado y ridículo invento del cual nosotros nos hemos librado, reconociendo el hecho de que Pedro era, por el momento, un Satanás bíblico, de lo que más tarde se volvió por medio de su “conversión” (Lucas 22:32)

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