Entregados a Satanás


Pablo dice: “De los cuales son Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a Satanás para que aprendan a no blasfemar” (1 Timoteo 1:20). Esto también demuestra que el Satanás del Nuevo Testamento no es el Satanás popular: porque nadie ha oído jamás de un Satanás popular empleado por los maestros cristianos para corregir las tendencias blasfemas de los réprobos. Se presume que la influencia de tal Satanás tendría un efecto contrario. En concordancia con esto, los esfuerzos clericales están dirigidos generalmente a alejar de él a los pecadores. En las oraciones y reuniones pentecostales de avivamiento, en las cuales la religión tradicionalista es llevada a su máxima y más consistente expresión, el clamor es “¡Fuera Satanás!” Estas oraciones son proferidas con especial vehemencia sobre algún pecador endurecido que pudiera haber sido poseído.

El entendimiento correcto de la práctica apostólica de “entregar a Satanás” puede ser deducido de 1 Corintios 5:3-5:

“Ciertamente yo, como ausente en cuerpo, pero presente en espíritu, ya como presente he juzgado al que tal cosa ha hecho. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesucristo, el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús.”

El significado de esto es simplemente la expulsión del ofensor de la comunidad de creyentes. Esto es evidente en el versículo anterior al que hemos citado: “Vosotros estáis envanecidos. ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción?” También en la frase final: “Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros” (v. 13). Esta fue la recomendación apostólica en todos los casos de pecadores obstinados:

“Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo.” (Tito 3:10)

“Pero os ordenamos, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de todo hermano que ande desordenadamente…Si alguno no obedece a lo que decimos por medio de esta carta, a ése señaladlo, y no os juntéis con él.” (2 Tesalonicenses 3:6,14)

“Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos.” (Romanos 16:17)

Expulsar de la congregación a algún transgresor impenitente equivalía a entregarlo al adversario, o Satanás, porque estaba siendo devuelto al mundo, el cual es el gran adversario de Dios. El objeto de este acto disciplinario era la corrección del transgresor: “No os juntéis con él, para que se avergüence. Mas no lo tengáis como enemigo, sino amonestadle como a hermano” (2 Tesalonicenses 3:14,15). En este sentido, expulsando a Himeneo y Alejandro, Pablo esperaba hacerlos volver a la razón y frenar su rebeldía. Ellos estaban en la iglesia, hablando contra Pablo y los otros, y contra cosas que no entendían. Por medio de la fuerte medida de la excomunión el apóstol esperaba enseñarles una lección que no podrían entender dentro del compañerismo mientras siguieran siendo aceptados como miembros de la iglesia. Habiendo sido “entregado a Satanás” (el adversario), era probable que un hombre reflexionara sobre su situación. El objeto de esto, en la recomendación a los corintios era la “destrucción de la carne,” esto es, la extirpación de la mente carnal de entre la iglesia; ya que el apóstol dice inmediatamente después: “¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois… Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros” (1 Corintios 5:6,7,13).

En esta forma los hermanos esperaban preservar en pureza la fe y práctica del Espíritu, resultando en la salvación de la iglesia en su totalidad. Todo esto es comprensible. Pero si el Satanás del Nuevo Testamento fuera el Satanás popular, entonces todo el asunto se volvería una confusión impenetrable. Significaría que el diablo infernal hacía su papel en los arreglos de los apóstoles para salvar a los hombres; un papel que, dicho sea de paso, nunca es llamado a realizar actualmente.

Adversarios de Pablo
“Por lo cual quisimos ir a vosotros, yo Pablo ciertamente una y otra vez; pero Satanás nos estorbó” (1 Tesalonicenses 2:18). ¿Quiénes obstruyeron el viaje de Pablo? Los enemigos de la verdad. En varias ocasiones vigilaron las puertas de la ciudad donde estaba para interceptarlo y matarlo, y solamente los eludió con su habilidad. Satanás, adversario, es el nombre que se les da en general a todos ellos. Pero cuando se trata de alguien en particular, Pablo menciona los nombres: “Alejandro el calderero me ha causado muchos males; el Señor le pague conforme a sus hechos. Guárdate tú también de él, pues en gran manera se ha opuesto a nuestras palabras” (2 Timoteo 4:14). “Y de la manera que Janes y Jambres resistieron a Moisés, así también éstos resisten a la verdad; hombres corruptos de entendimiento, réprobos en cuanto a la fe” (2 Timoteo 3:8). “Y su palabra carcomerá como gangrena; de los cuales son Himeneo y Fileto” (2 Timoteo 2:17). El diablo popular no tenía parte en la oposición que Pablo encontró en estos hombres. ¿Quién ha leído alguna vez que un monstruo malvado haya detenido al apóstol en el camino, amenazándolo con dardos y terrores del abismo? Si el Satanás del Nuevo Testamento fuera el Satanás popular, esto es lo que debería haberle sucedido.

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