LA ESPERANZA DE ISRAEL (PARTE 2)

 


Y  por otra semana confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Después con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador, hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador”. Daniel 9: 21 al 25. La ciudad de los profetas sería reconstruida, reconstruirían su templo, aunque no con la magnificencia del primero. Dios levantó hombres como Esdras, Nehemías, Zorobabel para este fin. Jerusalén tenía que estar en pie porque su Mesías, el retoño de David, tendría que llegar y cumplir con la Misión de redimir al mundo. 

Esta es una de las profecías con una visión de cuatrocientos noventa años, las setenta semanas proféticas. En todo este espacio de tiempo los judíos sufrirían terribles angustias, pero su templo permanecería en pie hasta que el Mesías le diera continuidad a la profecía de Jerusalén, de la misma forma que Jeremías entre sollozos y llantos lo hizo: “Pero cuando veáis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su desolación está cerca. Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes, y los que estén en medio de la ciudad, aléjense; y los que estén en los campos, no entren en ella; porque estos son días de venganza, para que se cumplan todas las cosas que están escritas. ¡Ay de las que estén encintas y de las que estén criando en aquellos días! Porque habrá una gran calamidad sobre la tierra, e ira para este pueblo; y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan.”Lucas 21: 20 al 24. 

Estaba dicho que después de cumplirse las setenta semanas proféticas, en la mitad de la última semana el Mesías sería sacrificado; después Jerusalén volvería a caer en desgracia: “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será con inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones. Y por otra semana confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Después con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador, hasta que venga la  consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador”. Daniel 9: 26 y 27. 

Sus hijos serían llevados cautivos a todas las naciones por duros de corazón, su templo que era una monumental obra reconstruida por Herodes el Grande, también fue destruido. Pero esta ciudad no sería destruida para siempre como las otras ciudades que fueron condenadas a desaparecer por orden de Dios. Muchos creyeron que Jerusalén no volvería a existir más. Después que terminó su demolición en los años 130 al 135 d.c, El Maestro dictó un presagio y está registrado en el Evangelio de Lucas 21: 20 al 24: “Pero cuando veáis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su desolación está cerca. Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes, y los que estén en medio de la ciudad, aléjense; y los que estén en los campos, no entren en ella; porque estos son días de venganza, para que se cumplan todas las cosas que están escritas. ¡Ay de las que estén en cinta y de las que estén criando en aquellos días! Porque habrá una gran calamidad sobre la tierra, e ira para este pueblo; y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan”. 

Jesucristo dijo esta profecía llorando porque mediante su omninvidencia contempló por adelantado como se derrumbaban los muros de la ciudad del gran Rey. Esta profecía es la continuación de la revelación que le dio el ángel al profeta Daniel. Relato histórico que revela el cumplimiento de lo dicho por el Maestro Entre los datos que nos ayudan a revelar el cumplimiento de lo dicho por el Maestro están: Flabio Josefo, uno de los historiadores de esa época, nos explica que en los tiempos de Cristo habitaban en la Tierra de Judea unos 2.5 millones de judíos y otra gran cantidad vivía en Egipto, especialmente en la ciudad de Alejandría. La gran rebelión para que empezara a cumplirse el presagio del Maestro de Galilea dio inicio en el año 66 d.C. en Cesarea, al parecer porque la guarnición romana no intervino para impedir que unos griegos no sacrificaran aves delante de la sinagoga de la localidad. En las fases iniciales de la guerra, los rebeldes judíos derrotaron a los romanos. 

La suerte de los sublevados cambió cuando el emperador Nerón confió al general Vespasiano el mando de las fuerzas romanas en el año 67 d.C., este con sesenta mil legionarios aplastó la rebelión en Galilea. En estos combates cayó prisionero Flavio Josefo, el gran caudío de los judíos. Curiosamente en esos días, en el año 68 murió Nerón y Vespasiano regresó a Roma. Vespasiano hecho ya emperador envió a su hijo Tito a sofocar la revuelta de los judíos que se habían acuartelado en Jerusalén. Los judíos estaban divididos dentro de los muros de la Ciudad de los profetas, unos decían que debían rendirse y otros opinaban que debían morir luchando. El partido de los Zelotes y los Sicarios dominaban la situación entre los rebeldes, Tito decidió asestar el golpe de gracia a los rebeldes y no esperar a que estos murieran de hambre y sed. 

El historiador Tácito dice que pudieron haber muerto en esta hecatombe, unos seiscientos mil judíos. Al destruir el templo cesaron los sacrificios de animales que ordenaba la ley de culto, el Rabí Lojanan Ben Zakai, obtuvo el permiso de los romanos para reconstruir el Sanedrín en la ciudad de Yavne, que se convirtió en el principal centro de cultura judía y lo fue hasta el año 135. El nuevo liderazgo judío sustituyó el culto y los sacrificios por el estudio y aprendizaje de las Escrituras. Todo estudiante de esta profecía debe saber que hubo una segunda revuelta en el año 132 al mando de Simón Bar Kojba. Sostiene el historiador romano Dion Casio: la principal fuente de información al respecto dice que la rebelión estuvo provocada por varios edictos contra los judíos, como prohibirles la circuncisión. Según el historiador Dion, la chispa que encendió la revuelta fue la decisión del emperador Adriano de construir una ciudad nueva sobre las ruinas de la destruida Jerusalén, la cual llamarían Aelia Capitolia, por el nombre propio de Aelius, en  honor al emperador en la que se levantaría un templo dedicado a Júpiter.

 Los fariseos que se habían opuesto a la gran revuelta se pusieron al frente de la segunda rebelión junto con el jefe del Sanedrín, el Rabí Akiba proclamó a Bar Kojba el Mesías de los judíos. Adriano respondió enviándole a Julio Severo y este terminó con las últimas fortalezas judías. Judea dejó de existir como estado independiente y se convirtió en la provincia romana de Siria y Palestina. En las condiciones tan lamentables que los judíos quedaron después de aquella destrucción, era imposible creer que Jerusalén volvería a existir, que llegara un día a tener tanta connotación en el mundo como la que está adquiriendo, y aun más, creer que los hijos de Abraham volverían a su tierra, ni los mismos judíos creían en los escritos de sus profetas; muchos de ellos se volvieron blasfemos, impugnadores de las promesas del Dios de sus padres, ya desde mucho tiempo les venía carcomiendo ese germen de incredulidad como lo señala el apóstol Pablo en la carta a los Romanos: 3:3 al 4 

“¿Pues qué, si algunos de ellos han sido incrédulos? ¿Su incredulidad habrá hecho nula la fidelidad de Dios? De ninguna manera; antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso; como está escrito: Para que seas justificado en tus palabras, Y venzas cuando fueres juzgado.” Es que la situación de ellos era realmente lamentable, odiados en todo el mundo por su mal comportamiento, olvidados y dejados de la Mano del Dios de Abraham, no era cualquiera que pudiera resistir ese ardiente desierto, como dice en la profecía: “Me dijo luego: Hijo de hombre, todos estos huesos son la casa de Israel. He aquí, ellos dicen: Nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza, y somos del todo destruidos” Ezequiel: 37:11. 

El Maestro había dicho que Jerusalén sería hoyada hasta que los tiempos de los gentiles se cumplieran más no iba a ser destruida para siempre. No así la sentencia que se les dio a las ciudades de Babilonia y Tiro, las cuales fueron destinadas a no volver a existir. Así que la cuenta regresiva para el tiempo de los gentiles ya empezó, la disputada ciudad de Jerusalén está resurgiendo de los escombros  de la historia. Hoy se la disputan palestinos, judíos, árabes. Los iraníes la tienen también en la mira. Poderosos misiles están puestos en dirección a la Ciudad del Gran Rey, y más tarde según la profecía los romanos la reclamarán para ellos. 

Curiosamente no encontramos ningún registro en los Evangelios, ni en las cartas apostólicas acerca de la destrucción de Jerusalén predicha por el Maestro, tal parece que los apóstoles ya habían muerto cuando se dio estas rebeliones que duraron varias décadas. Es el historiador judíoromano Flavio Josefo junto con otros, quienes en sus Obras de historia describen la masacre que se vivió dentro de los muros de la histórica ciudad. La historia comienza aproximadamente desde año 65 hasta el 135 d.C., pero el caudillo Flavio Josefo no vio el desenlace final de su pueblo. Las rebeliones judías contra los romanos se levantaron creyendo erróneamente en falsos mesías que durante ese tiempo surgieron, y todo se debió a las malas interpretaciones de las Escrituras que se enseñaban en las sinagogas de Jerusalén y en otros lugares del mundo como en la ciudad de Alejandría, en Jamnia, donde muchos devotos judíos vivían. 

El Maestro en cierta ocasión les dijo: “…Erráis, ignorando las escrituras y el poder de Dios “Mateo 22: 29. Estas palabras se las está diciendo a ciertos personajes de la élite judía. Vino su Mesías y la mayoría de ellos no le conocieron, las Escrituras habían sido leudadas con las filosofías griegas del momento, como había dicho el profeta “… y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado” Isaías 29: 13. Debido a esto, no entendieron el tiempo de la visitación de su Mesías. Jesucristo mismo se los dijo, Mateo 16:1 al 3: 

“Vinieron los fariseos y los saduceos para tentarle, y le pidieron que les mostrase señal del cielo. Mas él respondiendo, les dijo: Cuando anochece, decís: Buen tiempo; porque el cielo tiene arreboles. Y por la mañana: Hoy habrá tempestad; porque tiene arreboles el cielo nublado. ¡Hipócritas! Que sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡mas las señales de los tiempos no podéis!

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