JESÚS: ¿DIOS EL HIJO O EL HIJO DE DIOS?

 

¿ENSEÑA LA BIBLIA ACERCA DE LA TRINIDAD?

Jesús es Único

No hay duda alguna de que el Nuevo Testamento presenta a Jesucristo como

una personalidad excepcional. Él da evidencia impresionante de poderes

extraordinarios en los milagros que realiza; él hace las observaciones más

penetrantes acerca de la vida humana, la fe, y la verdadera adoración a Dios; y

sus afirmaciones referentes a sí mismo, como la única fuente de vida venidera,

son tales que nadie más se atrevería a hacer. Sus apóstoles dicen de él, después

de su ascensión, que fue exaltado a todo poder y autoridad a la diestra de Dios.

Y su propia evaluación de la vital trascendencia de su persona se resume como

sigue:

"Y esta es la vida eterna, que [los seres humanos] te conozcan a ti, el único Dios

verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado" (Juan 17:3).

Claramente, si hemos de tener alguna esperanza de vida venidera, necesitamos

saber la verdad acerca de la persona y trascendencia de Jesucristo.

El Punto de Vista Popular

Ahora bien, la mayoría de aquellos que tienen alguna idea acerca de Jesús,

piensan en él como parte de la Deidad; como Dios el Hijo, que existió en el cielo

desde el principio del tiempo con Dios el Padre, igual en poder y autoridad que

él, pero descendió a la tierra para nacer, como un bebé humano, de una

doncella israelita conocida como la Virgen María; luego muere en la cruz como

una señal del amor de Dios por el género humano, antes de regresar al cielo a

reasumir su anterior exaltada posición. En vista de que el Espíritu Santo

también es considerado como parte de la Deidad, esto es el Dios "Tres y Uno" (o

Uno en Tres), según se describe en la Doctrina de la Trinidad. Los teólogos

eruditos que defienden esta doctrina, entienden la relación entre las tres

Personas--Dios el Padre, Dios el Hijo, y Dios el Espíritu Santo--de una manera

muy sutil, y la mayoría de aquellos que la aceptan de un modo un tanto vago, la

entienden de una forma mucho más elemental.

Muchas personas religiosas sinceras sostienen la creencia de que "Jesús es Dios"

más bien por razones emocionales. Cualquiera que no acepte ciegamente esta

fórmula, se le considera de inmediato como "hereje" y "anticristiano". Este breve

folleto es un ruego para que un examen cordial y sincero de este

importantísimo tema. El autor, y todos aquellos que comparten sus opiniones,

desean recalcar con toda la vehemencia posible, que creemos que Jesús fue, y es,

literalmente el Hijo de Dios. No somos 'unitarios', como aquellos que piensan

que Jesús no es más que un hombre muy superior; ni somos 'adopcionistas',

como los que sostienen que Dios "adoptó" a Jesús como su Hijo espiritual.

Nosotros creemos que Jesús fue "el Hijo unigénito de Dios" de la manera en que

lo describen las Escrituras.

No está en la Biblia

Ahora bien, es un hecho notable que las ideas contenidas en la doctrina de la

Trinidad no se hallen en la Biblia. Este no es un descubrimiento nuevo. Se

conoce desde hace muchísimo tiempo, desde el siglo 4º de nuestra era.

Teólogos más recientes lo han dicho claramente. Por ejemplo, el teólogo

anglicano J. H. Newman, quien se unió a la Iglesia de Roma en 1845, escribió:

"... las doctrinas [es decir, las referentes al Padre, Hijo y Espíritu Santo] nunca se

han tomado tan sólo de la Escritura" (The Arians of the 4th Century, [Los Arrianos del

Siglo Cuarto], pág. 50).

El Dr. W. R. Matthews, quien fuera por muchos años el Decano de la Basílica de

San Pablo, en Londres, fue más enfático:

"... la doctrina de la Trinidad... no formaba parte del mensaje original. San Pablo no

la conocía, y y no habría podido entender el significado de los términos que se

usan en la fórmula teológica con la cual concordó la Iglesia finalmente" (God in

Christian Thought and Experience [Dios en el Pensamiento y Creencia Cristiana],

pág. 180).

Muchos sinceros admiradores de Cristo bien pueden sentirse incomodados ante

esta directa afirmación de que su gran apóstol Pablo no sabía nada acerca de la

doctrina de la Trinidad.

¿Cómo surgió, entonces?

Para contestar esta pregunta necesitamos saber cuándo surgió. La respuesta es:

no hasta 300-400 años después de los días de Jesús y sus apóstoles. Es un hecho

notable que los "primeros Padres de la Iglesia" - los teólogos que escribieron en

el período 100-300 de nuestra era - no tenían conocimiento alguno de ella, y

frecuentemente dieron opiniones que la contradicen. Para la mayoría de ellos

no existía la idea de que Jesús es "co.igual y co-eterno con el Padre". Él estaba

subordinado a Dios su Padre, y se le consideraba como un "ser creado". Las

enseñanzas que ahora componen la doctrina de la Trinidad fueron las

decisiones varios Concilios Generales de la Iglesia. Estos son los más

importantes:

325 de nuestra era - Primer Concilio General en Nicea, declaró que el Hijo era

desde el principio de la misma naturaleza que el Padre.

[Type text] Page 3

325 de nuestra era - Segundo Concilio General en Constantinopla, declaró que

el Espíritu Santo había de ser adorado tal como al Padre y al Hijo.

431 de nuestra era - Tercer Concilio General en Efesos, decretó que Jesús tenía

dos naturalezas, una humana y una divina; también que María era la "madre de

Dios", en oposición a aquellos que mantenían que ella era la "madre de Cristo".

451 de nuestra era - Quinto Concilio General en Chalcedonia, decretó que las

dos naturalezas en Cristo constituían una sola Persona y una sola voluntad.

La progresiva formulación de la doctrina de la Trinidad durante un

considerable período de tiempo se muestra claramente cuando se comparan los

principales credos de la Iglesia:

El Credo de los Apóstoles, ciertamente uno de los primeros credos, aunque su

fecha exacta se desconoce, expresa la relación entre Cristo y Dios de esta

manera:

"... Dios el Padre Todopoderoso... Jesucristo su único Hijo... concebido por el

Espíritu Santo, nacido de la Virgen María... Después de su resurrección, Cristo

"ascendió al cielo, y está sentado a la diestra de Dios el Padre Todopoderoso,

Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos".

Esto está en completo acuerdo con lo que dice la Biblia. Pero credos posteriores

muestran muchas adiciones y un punto de vista diferente.

El Credo de Nicea, 325 de nuestra era, declara que Jesucristo es

"el Hijo unigénito de Dios, engendrado por su Padre antes de todos los siglos...

Dios de Dios, Dios verdadero de Dios verdadero, de la misma naturaleza del

Padre... El Espíritu Santo con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y

gloria...".

El Credo de Atanasio, de fecha desconocida, pero ciertamente en existencia

poco después de 500 años de nuestra era, es aun más enfático:

"Nosotros adoramos a un Dios en Trinidad, y Trinidad en Unidad... hay una

Persona del Padre, otra del Hijo, y otra del Espíritu Santo. Pero la Divinidad del

Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, es toda una; la Gloria igual, la Majestad coeterna. El Padre increado, el Hijo increado, y el Espíritu Santo increado...". Se

declara que todos son eternos, "no obstante, no son tres ternos, sino un eterno". El

Credo concluye con la ominosa declaración: "El que quiera ser salvo ha de pensar

de esta manera acerca de la Trinidad".

La nueva enseñanza acerca de la Divinidad levantó mucha oposición de parte

de aquellos que afirmaban que sostenían las creencias originales. El resultado

fue una enconada controversia durante un siglo entre los líderes eclesiásticos.

[Type text] Page 4

Las decisiones de los Concilios de la Iglesia en los siglos 4º y 5º fueron las

acciones de las autoridades de la Iglesia determinadas a suprimir a todos los

"rebeldes". De este modo se elaboró y proclamó la doctrina oficial de la

Trinidad, y su aceptación fue declarada obligatoria.

¿Qué dice la Biblia?

Antes de que apareciera Jesucristo, los escritos del Antiguo Testamento habían

sido reverenciados durante siglos por la nación de Israel (los judíos) como la

revelación de su Dios que los había liberado de Egipto en el Exodo. ¿Qué

impresión habían adquirido ellos acerca de la naturaleza de Dios? La respuesta

es clara en la siguiente cita:

"Habiendo afirmado la existencia de Dios, el judaísmo en realidad sostiene una

sola idea básica acerca de él, la cual es un dogma reconocido--la Unidad de Dios.

'Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es'. Esta es una inmediata negación

del politeísmo del mundo antiguo con sus numerosas deidades. Es un repudio de

la idea de que hay dos dioses o dos fuentes creadoras de la existencia, una del bien

y la otra del mal. Es también una clara negación de la idea de una trinidad--tres

dioses en uno, la cual es una doctrina establecida de la cristiandad. Para el

judaísmo no puede haber absolutamente ningún compromiso en este concepto

fundamental del Único Dios, que es la fuente creadora definitiva de toda vida y de

la muerte, los elementos de la naturaleza y de la historia y el poder que yace detrás

de toda fuerza, física y espiritual" (C. Pearl and R. Brookes. A Guide to Jewish

Knowledge, [Guía Para el Conocimiento Judaico] págs. 96-97).

En estos días de ideas confusas necesitamos tener presente que el Antiguo

Testamento que poseemos es la misma colección de escritos reverenciados en

los días de Jesús como la palabra de Dios. Jesús mismo los describió como "la

ley, los salmos, y los profetas", y dijo que en ellos había profecías que hablaban

de él. En Salmos 2 leemos:

"Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y

como posesión tuya los confines de la tierra" (vs. 7-8).

Ciertas claras conclusiones surgen aquí: Dios ha ungido a uno que ha de

gobernar por él ("mi rey") a todas las naciones de la tierra. Pero él es Hijo de

Dios porque ha sido "engendrado". El gobernante no es Dios; es el Hijo de Dios;

y empezó su existencia el día en que fue "engendrado". Como todos los hijos, su

Padre es primero que él. La totalidad de esta enseñanza general se resume en el

primer versículo del Nuevo Testamento:

"Libro de la genealogía [o nacimiento] de Jesucristo, hijo de David, hijo de

Abraham" (Mateo 1:1).

Ahora bien, cuando este "Hijo" apareció por primera vez entre los hombres,

¿cómo se considera a sí mismo? No puede haber duda acerca de la respuesta:

Jesús siempre habla de sí mismo como subordinado al Padre, dependiendo de

él para todas sus enseñanzas y todas sus obras. Estas son algunas de sus

expresiones:

"No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre" (Juan

5:19). "Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió" (7:16). "El Padre mayor

es que yo" (14:28).

Cuando los judíos lo acusaron de que él "se hacía Dios", él negó los cargos y

dice: "Hijo de Dios soy" (Juan 10:34-36). Incluso ni siquiera permite que se le

llame "bueno". Cuando le dicen "Maestro bueno", él replica:

"¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios" (Marcos

10:18).

En su gran profecía pronunciada poco antes de que fuera crucificado, Jesús

habla de su regreso a la tierra para reinar:

"Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en las nubes con gran poder y

gloria [...]. Pero de aquel día y de la hora nadie sabe, ni aun los ángeles que están

en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre" (Marcos 13:26, 32).

Cuando se levantó de la tumba, este fue su mensaje para los discípulos:

"Vé a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a

vuestro Dios" (Juan 20:17).

No puede haber duda acerca del punto de vista de Jesús mismo: en todo el

Padre era superior; el Hijo dependía de él.

Objeción

Ahora bien, algunas veces se objeta que los pasajes que hemos citado se refieren

todos a Jesús "en los días de su carne", como un hombre, y no pueden aplicarse

a él en su estado exaltado. Investiguemos lo que dice la Escritura. Llegó el

momento en que Jesús fue levantado de entre los muertos; su naturaleza mortal

fue cambiada a inmortalidad; y él subió al cielo, para sentarse allí en el sitio de

honor a la diestra del Padre:

"Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte [...]. Por lo cual Dios

también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre;

para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla [...], y toda lengua confiese

que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre" (Filipenses 2:8-11).

La exaltación de Jesús a un sitio de honor en el cielo fue la obra del Padre. Es a

él a quien se debe glorificar. Todos los acontecimientos decisivos en al vida de

Jesús se adscriben a Dios el Padre. Es Dios quien ha hecho a Jesús "Señor y

Cristo", y que lo ha nombrado como "Juez de vivos y muertos" (Hechos 2:36;

10:42).

Muchas veces los apóstoles se refieren a Dios y a Jesús en su actual relación en

el cielo. Así es como lo hacen:

"Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (Romanos

1:7).

Esta precisa fraseología se repite en varias de las epístolas. En Efesios se dice:

"Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo [...], el Dios de nuestro

Señor Jesucristo" (1:3, 17).

Cada vez que se hace alusión a Dios y a Jesús en el cielo, siempre se les presenta

como dos Personas separadas, y siempre se da prioridad al Padre.

De especial interés es el libro del Apocalipsis, dado por medio del apóstol Juan,

y casi con certeza se debe fechar alrededor del año 90 de nuestra era, o quizás

un poco después. En dicho libro hay casos en que el Señor mismo, resucitado y

exaltado, se refiere directamente a su relación con Dios el Padre. Note cómo

empieza esta revelación:

"La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las

cosas, que deben suceder pronto" (Apocalipsis 1:1).

En los primeros capítulos, Jesús se dirige directamente "a las siete iglesias que

están en Asia" (v. 4), y se refiere en varias ocasiones a Dios su Padre:

"El que venciere [...], confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus

ángeles" (3:5; véase también vs. 12, 21).

Estas son las palabras de Jesús mismo; fueron pronunciadas alrededor de 60

años después de que subió al cielo y ocupó su sitio de honor a la diestra de

Dios. Por lo tanto, describen su relación con Dios en su actual estado

glorificado. Su sentido general es claro: Dios el Padre es quien tiene la

autoridad suprema; es él quien da la revelación a su Hijo; es su trono el que su

Hijo comparte; y es él a quien el Hijo reconoce como "mi Dios". No hay

sugerencia de "co-igualdad" en estos tan significativos pronunciamientos.

Pero el comentario más notable acerca de la autoridad relativa de Dios el Padre

y su Hijo se halla en la descripción del apóstol Pablo acerca del reinado de

Cristo, en 1 Corintios 15:

"Luego viene el fin, cuando [Cristo] entregue el reino al Dios y Padre [...]. Pero

luego que todas las cosas le estén sujetas [a Cristo], entonces también el Hijo

mismo se sujetará al [Dios] que le sujetó a él [a Cristo] todas las cosas, para que

Dios sea todo en todos" (vs. 24-28).

El correcto entendimiento de la autoridad relativa del Padre y el Hijo no podían

haberse expresado con más claridad. En el clímax del propósito del Padre para

con las naciones de la tierra, el Hijo devolverá la autoridad suprema al Padre.

Evaluemos sobriamente ahora lo que significa esto. Hasta ahora Jesús ha estado

en el cielo por casi 2.000 años. Él ha de regresar y reinar en la tierra por 1.000

años (Apocalipsis 20:4). Cuando al término de este reinado él pase el reino al

Padre, ¡el Hijo habrá estado glorificado en inmortalidad por casi 3.000 años! No

obstante, entonces él ¡ha de pasar el reino a su Padre! La subordinación del

glorificado Hijo de Dios al Padre no podría expresarse de manera más clara.

Porque es Dios el Padre quien, al final, ha de ser "todo en todos".

El Origen del Hijo

Cómo llegó Jesús a existir, se explica en el evangelio de Lucas en términos

sencillos. A María, una virgen de Israel, temerosa de Dios, y descendiente de

David el Rey, se le apareció un ángel con un mensaje extraordinario:

"¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo [...]. Concebirás en tu vientre, y darás

a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS [Salvador]. Este será grande, y será

llamado Hijo del altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre [...]; y

su reino no tendrá fin" (Lucas 1:28-33).

Detengámonos un momento y consideremos la conmoción por la sorpresa, y

luego el regocijo que estas palabras le deben haber provocado. Ella conocía muy

bien la promesa hecha a David más de 900 años antes. Un descendiente (hijo) de

David sería el medio para restaurar la gloria del reino de Israel, y reconciliar a

Israel con Dios. Este era el tan esperado Mesías, y en verdad ella iba a ser su

madre. ¡Su hijo había de reinar en el trono de David!

Y entonces, la perplejidad. Aunque María estaba desposada a un israelita

temeroso de Dios llamado José, todavía no estaban casados, y era inaceptable

que naciera un niño hasta que lo estuvieran. ¿Cómo entonces, pregunta María al

ángel, puede cumplirse esta promesa? El ángel es muy explícito en su

respuesta:

"El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su

sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios" (v.

35).

Para completar el cuadro, el evangelio de Mateo nos da el asunto desde el

punto de vista de José, su futuro esposo. Antes de que estuviesen casados, "se

halló que [María] había concebido del Espíritu santo". José habría estado

totalmente justificado si hubiese repudiado su compromiso de casarse con ella.

Pero un ángel tenía para él un mensaje de Dios:

"José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es

engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre

JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mateo 1:20-21).

Por esto José entendería que este niño había de ser el Mesías. El episodio

completo concluye con la declaración de Mateo:

"Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del

profeta, cuando dijo: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará

su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros" (vs. 22-23).

Estas declaraciones divinas a María y José contenían las noticias más

trascendentales. Un niño había de nacer con un grandioso destino, porque no

sólo reinaría en el trono de David para siempre, sino que también "salvaría a su

pueblo de sus pecados". Pero el origen del niño se recalca claramente. María

había de ser la madre, pero José no había de ser el padre. El niño sería

concebido porque "el poder del altísimo", "el Espíritu Santo", se aplicaría a

María para llevar a cabo la maravilla. Y así "una virgen concebirá" y su hijo será

llamado "Hijo de Dios". Esta es la clara enseñanza Bíblica acerca del nacimiento

virginal de Cristo.

Jesús, Hijo del Hombre

Algunas veces hay renuencia para aceptar el hecho de que Jesús, el Hijo de

Dios, era totalmente un miembro de la raza humana. Algunos estiman que

pensar en él como partícipe de nuestra naturaleza con todas sus debilidades es

degradarlo, y arrojar dudas sobre su impecabilidad.

Aquí de nuevo debemos acudir a la evidencia de la Biblia. Ya hemos visto el

claro relato de su nacimiento: Hijo de Dios, pero también hijo de María. El

apóstol Pablo, escribiendo a los gálatas, lo expresó así:

"Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de

mujer y nacido bajo la ley" (4:4).

"Nacido bajo la ley" significa que él era un varón israelita, que vivía bajo la ley

de Moisés. Pablo nos dice por qué: "para que redimiese a los que estaban bajo la

ley" (v. 5). Los judíos vivían bajo una ley que los condenaba porque no podían

obedecerla sin pecar. Jesús nació como uno de ellos, de manera que podía

representarlos plenamente en su obra de redención.

La epístola a los hebreos describe cómo Jesús tenía que ser "perfeccionado por

aflicciones", para que pudiera ser "autor de la salvación" de todos aquellos que

han de ser hijos [e hijas] de Dios. Por esta razón, "el que santifica [Jesús] y los

que son santificados [los fieles], de uno son todos"; es decir, son de la misma

naturaleza. Esto es lo que a continuación declara, refiriéndose esta vez a los

hijos e hijas como "los hijos":

"Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó

de lo mismo" (Hebreos 2:10-14).

Esta es una declaración explícita de que la naturaleza de Jesús era exactamente

como la de sus semejantes--"carne y sangre". El escritor prosigue diciéndonos

por qué esto tenía que ser así:

"Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para ser misericordioso y

fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo.

Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los

que son tentados" (vs. 17-18).

En resumen, Jesús, a fin de llevar a cabo su gran obra de sacrificio por el

pecado, tenía que ser de la misma naturaleza que aquellos que él vino a salvar;

y a fin de ser un sumo sacerdote misericordioso, tenía que tener experiencia de

todas las tentaciones de ellos. El argumento es expresado con igual claridad en

el capítulo 4, versículo 15:

"Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras

debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin

pecado".

Sin embargo, hay una gran renuencia a aceptar la idea de que Jesús literalmente

sufrió todas las tentaciones que nosotros tenemos. Algunos estiman que pensar

que él sintió literalmente la tentación, es decir, el impulso por cometer pecado,

es degradarlo y hacerlo menor que sin pecado. Sin embargo, este es un gran

error. Hay una tremenda verdad incorporada en la experiencia viva y en la

muerte de Jesús, y a esto debemos acudir ahora.

¿Por qué nació así el Hijo de Dios?

¿Cuál fue el propósito de Dios al traer a su Hijo al mundo de esta manera? Las

siguientes declaraciones dejan esto en claro:

"Llamarás su nombre JESÚS [Salvador], porque él salvará a su pueblo de sus

pecados" (Mateo 1:21).

"He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Juan 1:29).

"Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores,

Cristo murió por nosotros [...]. Porque si siendo enemigos [esto es, de Dios],

fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando

reconciliados, seremos salvos por su vida" (Romanos 5:8-10).

El claro mensaje que se desprende de estas declaraciones es que la obra de

Jesús, bajo la buena mano de Dios su Padre, había de ser un sacrificio de

manera que el pecado pudiera ser quitado, hombres y mujeres pudiesen ser

salvados y reconciliados con Dios. Esta es la gran obra de redención en Cristo.

Necesitamos la redención; necesitamos ser "salvos", como lo expresa la Biblia.

Porque de otro modo nuestra situación es tal como el apóstol Pablo dijo a

aquellos efesos que había sido la situación de ellos cuando no conocían aún el

evangelio:

"En aquel tiempo estabais sin Cristo [...], sin esperanza y sin Dios en el mundo"

(2:12).

¡Qué devastador veredicto! No obstante, ese es nuestro caso también--"sin

esperanza", apartados de la obra de Dios en Cristo. Es por eso que el evangelio

de Cristo no es un "extra optativo" agradable, pero vitalmente necesario si

hemos de escapar del destino de la muerte eterna.

La Obra Vital de Cristo

Y ahora llegamos al "problema" (si es que podemos llamarlo así) que es

necesario resolver. El género humano no puede salvarse a sí mismo de las

consecuencias del pecado, es decir, de la muerte. No obstante, Dios "no quiere

que ninguno perezca"; en realidad, él desea "que todos los hombres sean salvos"

(2 Pedro 3:9; 1 Timoteo 2:4). Pero él no puede pasar por alto el pecado, porque

eso sería abdicar a su justa autoridad en el mundo. De modo que el pecado se

puede reconocer, condenar, y vencer de manera tal que hombres y mujeres de

corazones honestos y sinceros puedan ver la lección, y reconocer su verdad por

sí mismos. Hombres y mujeres necesitan un Redentor que pueda lograr en sí

mismo, y en su beneficio, lo que ellos, en su debilidad, no pueden hacer.

Y así Dios manifiesta a su único Hijo, engendrado por el poder de su Espíritu

Santo, pero totalmente un miembro de la raza humana. Ese Hijo experimenta

todas las tentaciones de la humanidad, pero las rechaza firmemente, y elige

hacer, no su voluntad, sino la voluntad del Padre. Es vital para nosotros que

entendamos que Jesús tomó esta decisión enteramente por su propia voluntad.

Dios no lo forzó a hacerlo, ni alguna consciencia preexistente en el cielo lo

predispuso a hacerlo inevitablemente. Tal como lo expresa la epístola a los

hebreos:

"Has amado la justicia, y aborrecido la maldad, por lo cual te ungió Dios, el Dios

tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros" (1:9).

Así, representando a la raza humana, Cristo venció al pecado en esa misma

naturaleza de carne y sangre, donde antes había triunfado el pecado; él revertió

el fracaso original que condujo a la Caída, y, siendo el mismo sin pecado, pudo

ser ofrecido como un sacrificio por el pecado. Su muerte en la cruz fue la

expiación por el pecado humano. De modo que Dios, habiendo sostenido su

justicia al condenar al pecado, podía ahora en la abundancia de su amor y

gracia, extender el perdón de los pecados y la reconciliación consigo mismo a

todos aquellos que reconozcan su obra en Cristo.

Si Jesús hubiera, como parte de la Trinidad, ya existido en el cielo, es inevitable

que habría sido influenciado profundamente por ese conocimiento durante su

vida como "Jesús de Nazaret". Habría sabido que su gloriosa resurrección y

exaltación eran certezas. No habría necesitado, ni tampoco habría podido,

deliberadamente por su propia voluntad elegir obedecer a Dios ante tantas

presiones naturales para que se complaciera a sí mismo. Su gran conquista del

pecado, como miembro representativo de la raza humana, no habría sido

posible, y la necesaria expiación por el pecado no se habría logrado.

Comprender la verdad acerca de la naturaleza y la experiencia de Jesús "en los

días de su carne" es absolutamente esencial si hemos de entender la obra de

redención de Dios en él.

El Espíritu Santo

La doctrina de "Dios el Espíritu Santo" surgió mucho después en la teología

trinitaria de los siglos 4º y 5º. Fue el último, después del Padre y del Hijo, en ser

declarado "Dios". El Credo de los Apóstoles no la menciona; y, de acuerdo a

algunas autoridades, su inclusión en el Credo de Nicea y en el de Atanasio

parece haber sido una idea de último momento.

La presentación que hace la Biblia acerca del Espíritu santo es muy diferente. Es

el poder y la influencia por el cual Dios lleva a cabo sus propósitos. En el

principio "el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas", y como

resultado se produjeron diversos actos de la Creación. El salmista dice que

todos los seres vivientes, hombres y animales, dependen de Dios:

"Les quitas el hálito, dejan de ser, y vuelven al polvo. Envías tu Espíritu, son

creados, y renuevas la faz de la tierra" (Salmos 104:29-30). Por su Espíritu él los

mantiene a todos con vida.

Los profetas de la antigüedad entregaron sus mensajes dados por Dios, no por

invenciones de su propia mente, sino porque eran "santos hombres de Dios [...]

inspirados por el Espíritu santo" (2 Pedro 1:21). Jesús mismo realizó sus grandes

señales y habló sus palabras de vida porque "Dios [lo] ungió con el Espíritu

Santo y con poder" (Hechos 10:38).

En ningún pasaje las descripciones de las actividades del Espíritu Santo

sugieren que se ha de considerar como persona.

ANALISIS DE ALGUNOS PASAJES BÍBLICOS

Pero, ¿no sugieren algunos pasajes del Nuevo Testamento que Jesús preexistió

en el cielo, y que él bajó del cielo, como lo afirma la doctrina de la Trinidad?

Es cierto que hay unos pocos pasajes que generalmente usan aquellos que

sostienen tales ideas. Lo sorprendente es que son tan pocos--difícilmente más

de media docena que merezcan consideración. En un trabajo limitado como

este, no puede intentarse más de un breve tratamiento de algunos de ellos, pero

suficiente para sugerir como se pueden entender en armonía con el resto de la

Escritura.

1. 1. "Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen,

conforme a nuestra semejanza" (Génesis 1:26).

Este es uno de los pasajes del Antiguo Testamento que muy extrañamente

algunas veces se presenta en apoyo de la doctrina de la Trinidad. Sin embargo,

es un hecho notable que los judíos, que recibieron los escritos del Antiguo

Testamento en su propio idioma, en hebreo, nunca dedujeron de ellos ninguna

idea trinitaria, sino, en realidad, precisamente lo opuesto--ellos creían

firmemente en un solo Dios. La doctrina de la Trinidad ha sido siempre un

tremendo obstáculo para todo judío que examine las doctrinas de la Iglesia.

"Dios", en la cita recién mencionada, es Elohim, una palabra de forma plural,

pero que admite tanto un sentido singular como plural. Principalmente se usa

para referirse a Dios mismo, pero algunas veces también para aquellos que

actúan en su nombre con su autoridad. Así se usó en relación con los jueces de

Israel, porque ellos estaban nombrados para pronunciar juicio en su nombre:

"No injuriarás a los jueces" (Éxodo 22:28). En Salmos 82 a los gobernantes de la

nación se les llama Elohim (vs 1, 6), pero debido a que juzgaban "injustamente"

(v. 2) morirían "como hombres" (v. 7). En Salmos 82 se dice que el hombre fue

hecho "poco menor que los ángeles [Elohim]" (v. 5; citado en Hebreos 2:7).

En armonía con este uso, se entiende mejor que la cita de Génesis recién

mencionada se refiere a los ángeles. Por supuesto, en ninguno de los casos se

hace una referencia clara a la Trinidad. Aunque en el Nuevo Testamento se

citan partes del versículo, nunca se le da un sentido trinitario, ni era común

usar este pasaje en los debates acerca del tema en los primeros siglos.

2. 2. "En el principio era el Verbo..." (Juan 1:1).

Aquí es vitalmente importante entender en qué sentido está usando el apóstol

Juan el término griego logos (Verbo o palabra). Por lo general se conviene hoy

en día que la explicación no debe buscarse en las ideas de los filósofos griegos

de la época, sino en el pensamiento hebreo de las Escrituras del Antiguo

Testamento.

En el pensamiento y escritos religiosos judíos el Verbo y la Sabiduría habían

llegado a aplicarse a Dios mismo. En Proverbios, capítulo 8, hay un notable

pasaje acerca de la "sabiduría":

"Yo, la sabiduría, habito con la cordura [...]. Yo soy la inteligencia [...] Jehová me

poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternamente tuve el

principado, desde el principio, antes de la tierra [...]. Cuando formaba los cielos,

allí estaba yo" (vs. 12, 14, 22-23, 27).

Añada a eso esta declaración:

"Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos" (Salmos 33:6).

En la versión griega (la Septuaginta) de este salmo, el término "palabra" se ha

vertido como logos. En los comentarios arameos de la época la expresión Memra

(palabra) se usaba como un nombre de Dios.

En vista de que logos era de uso corriente en la filosofía griega de su época, Juan

necesitaba darle el verdadero sentido de la revelación bíblica. Así que logos, es

primero un pensamiento concebido en la mente, luego demostrado en acción,

representa la sabiduría de Dios expresada en su propósito. Por lo tanto, la

palabra representa la mente de Dios. Es por eso que "el Verbo [la palabra] era

Dios", o como lo expresa la New English Bible [la Nueva Biblia en Inglés]: "Lo

que era Dios, era la palabra". La verdadera trascendencia de Dios es su mente y

su voluntad.

De modo que "aquel Verbo fue hecho carne" (Juan 1:14) y nació Jesús, el Hijo de

Dios. Este no es el "Hijo encarnado", sino la "palabra encarnada". Es totalmente

ilógico suponer primero la preexistencia de "Dios el Hijo", y después interpretar

la "palabra" de Juan en ese sentido. Como hemos procurado mostrar, la

enseñanza bíblica no da apoyo a semejante doctrina.

3. "Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la

voluntad del que me envió" (Juan 6:38).

¿En qué sentido descendió Jesús "del cielo"? La narración de su nacimiento nos

dice que él llegó a existir porque el "Espíritu Santo [el poder del Altísimo] vino

sobre María su madre. Él nació como resultado de la intervención directa del

Espíritu Santo de Dios. De una manera excepcional sólo él, de toda la raza

humana, podía decir que había "descendido del cielo".

El resultado de esta intervención celestial fue que él podía señalar la gran

diferencia entre él y los judíos que estaban rechazando su afirmación. El apóstol

Santiago nos da una valiosa pista, cuando declara que hay dos sabidurías: una

que pertenece a la tierra, sensual y diabólica; la otra "de lo alto", pacífica, pura y

justa (3:14-18). La primera es el pensamiento natural de la mente humana, que

cumple sus propios deseos; la segunda es la mente y pensamiento de Dios.

Jesús dice explícitamente que él vino "no para hacer mi voluntad [no para

seguir sus propios deseos naturales], sino la voluntad del que me envió [la

sabiduría de lo alto]". Así él pudo decir a los judíos:

"Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba" (Juan 8:23).

"El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (14:9).

No que Jesús y Dios fueran la misma persona; sino que el Hijo reflejaba

perfectamente la mente y sabiduría del Padre.

4. "Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que

tuve contigo antes que el mundo fuese [...], porque me has amado desde

antes de la fundación del mundo" (Juan 17:5, 24).

Nuestra dificultad aquí es entender cómo Jesús pudo haber sido honrado y

amado por el Padre antes de que existiera como una persona independiente. El

problema surge realmente de nuestro limitado concepto del tiempo.

Para nosotros el paso del tiempo es como una línea. Acontecimientos separados

son puntos distintos en esa línea. De modo que si fuésemos a indicar los lugares

respectivos que ocuparon en el tiempo Abraham, Moisés, David, Daniel, Cristo

y los apóstoles, tendríamos algo así:

Abraham Moisés David Daniel Cristo Apóstoles

1800 AC 1400 AC 1000 AC 600 AC AC/DC 50 DC, etc.

Inevitablemente surge un orden de aparición. No podemos pensar en su lugar

en la historia de una manera diferente. Pero esto se debe a que nuestra mente es

finita. No tenemos conciencia del pasado distante; y nada en absoluto acerca del

futuro.

Pero la mente de Dios no está sujeta a estas limitaciones.

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA CARTA A LAODICEA (CARTA PERDIDA DEL APÓSTOL PABLO)

VÍA CRUCIS: UN ENGAÑO MÁS DEL CLERO VATICANO.

Diferencias entre un título y un Nombre