¿DEBEMOS CONGREGARNOS?
Aunque en la Biblia encontramos suficientes referencias en donde se dice que los cristianos se reunían, parece que sólo en Hebreos 10:25 encontramos la exhortación o el deber de ‘no dejar de congregarnos’. ¿Qué razones había para esta exhortación? Veamos una primera razón:
“Cuando esta carta haya sido leída entre vosotros, haced que también se lea en la iglesia de los laodicenses, y que la de Laodicea la leáis también vosotros” (Colosenses 4:16)
Aquí vemos un primer beneficio que los cristianos obtenían al congregarse. Ya que casi ningún cristiano poseía copias del Antiguo Testamento o de las cartas pastorales, sólo cuando se congregaban tenían la oportunidad de escuchar la necesaria instrucción que procedía de Dios. ¿Aplica esto en la actualidad?
Es evidente que hoy cada uno puede tener su propia biblia y leerla sin necesidad de ir a ningún lugar. Se podría objetar que aún así, si no fuéramos a ninguna iglesia nos privaríamos del entendimiento bíblico que el pastor u otros miembros de la iglesia nos puedan ofrecer. Esto puede ser cierto en muchos casos, pero para quienes utilizan los recursos de internet (redes sociales, blogs, Webs, videos etc.) este beneficio queda compensando incluso con creces.
Así, parece que la primera razón que los primeros cristianos tenían para congregarse, hoy en día puede quedar obsoleta, especialmente para los que pueden acceder desde su hogar a todo tipo de recursos bíblicos. Veamos una segunda razón:
“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Apocalipsis 3:6)
Otra razón que tenían los cristianos para congregarse era que el Espíritu podía dirigirse a ellos a través de las iglesias locales. Este es el caso de los mensajes que Cristo dirigió a las siete iglesias para transmitirles su apoyo, instrucción e incluso disciplina (Apocalipsis cap. 2 y 3) ¿Aplica esto en la actualidad?
Después de la muerte de Juan (considerado el último apóstol) no parece haber constancia de que el espíritu santo haya producido nuevos mensajes, entendiéndolo como nuevas revelaciones. Todos aceptamos que el espíritu santo puede hacer que percibamos la guía, el estimulo y la corrección de parte de Dios. No obstante, podemos entender que todo lo que el espíritu tenía que transmitir a la Iglesia quedó completado en el primer siglo. Así pues, la segunda razón para congregarse también puede quedar obsoleta hoy día. Veamos una tercera razón:
“Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca” (Hebreos 10:24-25)
Y aquí estamos ante el pasaje clave. Si nos fijamos bien, congregarse no era la finalidad, sino el medio necesario para que pudieran atenderse unos a otros a fin de estimularse al amor y las buenas obras. Y en aquel tiempo ¿Cómo iban a estimularse si no se reunían? Así, el énfasis a este pasaje hay que darlo en la razón para reunirse, más bien que en el simple acto de estar presente. ¿Aplica esto en la actualidad?
No cabe duda. La atención fraternal que podemos ofrecer y recibir cuando nos congregamos con otros hermanos es muy valiosa y puede abarcar diferentes aspectos. El espiritual: cuando damos o recibimos edificación personal con la Palabra de Dios. El emocional: cuando damos o recibimos palabras de aliento al atravesar situaciones personales difíciles. El físico o material: cuando los hermanos o nosotros mismos nos encontremos en necesidad. Y la exhortación a mantenernos fieles a Dios, animándonos a superar las distintas pruebas y flaquezas que debamos afrontar.
Esta atención mutua tiene cabida en el ámbito de una comunidad de creyentes, donde los distintos miembros se pueden conocer lo suficiente como para tener y mantener esta relación fraternal.
¿DÓNDE CONGREGARSE?
La Biblia no es explícita sobre en qué lugar deben reunirse los cristianos, no hay ningún mandato al respecto; pero existen varias referencias que indican donde se reunían:
“Y habiendo considerado esto, llegó [Pedro] a casa de María la madre de Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos, donde muchos estaban reunidos orando” (Hechos 12:12)
“Aquila y Prisca, y la congregación que se reúne en su casa, les mandan muchos saludos en el Señor” (1 Corintios 16:19)
“Saluden a los hermanos que están en Laodicea. Saluden también a Ninfa y a la congregación que se reúne en su casa” (Colosenses 4:15)
“Pablo, prisionero de Jesucristo, y el hermano Timoteo, al amado Filemón, colaborador nuestro, y a la amada hermana Apia, y a Arquipo nuestro compañero de milicia, y a la iglesia que está en tu casa” (Filemón 1:1-2)
A la vista de estos versículos, los cristianos del primer siglo se reunían en casas particulares. Esto no quiere decir que a veces pudieran utilizar otros lugares. Posiblemente algunas iglesias con recursos usaran lugares específicos para congregarse; pero lo normal era que las casas particulares sirvieran como lugar de reunión.
¿Pero no dice la Biblia que Jesús y Pablo solían asistir a las sinagogas? Sí, hay varias referencias que así lo indican (Mateo 4:23; 9:35; 13:54; Marcos 1:39; Lucas 4:15; Hechos 9:20; 13:5) Pero el propósito que tenían para asistir era enseñar o predicar el evangelio a los judíos.
“Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino” (Mateo 4:23)
“En seguida [Pablo] predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios” (Hechos 9:20)
Jesús no utilizó las sinagogas para reunirse con sus discípulos, ni tampoco Pablo para congregarse con sus hermanos.
Así, si hemos de seguir el precedente bíblico, lo más normal sería reunirse en casas particulares. Además, debido a que en las casas particulares necesariamente el número de asistentes no puede ser muy elevado, esto facilitaría el conocerse suficientemente para ‘estimularse al amor y a las buenas obras’. (Hebreos 10:24)
¿CUÁNTOS NOS CONGREGAMOS?
Sobre esta cuestión Jesús dijo lo siguiente:
“Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20)
Está claro que no es necesario congregarse con 50, 100 o más compañeros de creencia; ni mucho menos asistir a las llamadas mega-iglesias con capacidad para miles de feligreses.
Sí, basta con solo dos o tres para que Jesús esté en medio de los congregados. La única condición que Jesús pone es que ‘estén congregados en su nombre’; es decir, estar reunidos con el propósito de considerar la enseñanza de Jesús, predispuestos a aceptar todo aquello que Dios nos quiera transmitir mediante Su Palabra.
El comentarista bíblico William Barclay lo expresa así: “Jesús […] no es esclavo de los números. Está dondequiera se reúnan corazones fieles, aunque sean muy pocos, porque Él Se da totalmente a cada persona […] Hay algunos que nunca se presentan lo mejor posible excepto en las que se consideran grandes ocasiones; pero para Jesucristo cada ocasión en la que, aunque solo sea dos o tres, se reúnen en Su nombre, es una gran ocasión.” (Comentario al Nuevo Testamento – Tomo 2)
¿Debemos entender que Jesús está en contra de una cantidad mayor de congregados? Claro que no; él no puso un límite superior de congregados; pero si ‘han de estar reunidos en su nombre’ es más probable que esta condición se dé con grupos pequeños. Por otra parte, si el número de congregados es muy grande, se puede dificultar el propósito de “estimularnos al amor y a las buenas obras” (Hebreos 10:24)
¿CON QUIÉNES DEBEMOS CONGREGARNOS?
Saber con quiénes debemos congregarnos es primordial si deseamos que nos reporte beneficios espirituales. ¿Con quiénes?
Obviamente con los que se reúnen en el nombre de Jesús (Mateo 18:20) y tienen un deseo sincero de conocerle: “esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3)
Con quienes desean guardar los mandamientos de Jesús: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15) “Mi alma ha guardado tus testimonios, y los he amado en gran manera” (Salmo 119:167) ¿Qué estimulo espiritual puede ofrecer alguien que practique cosas que Dios odia?: “no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón” (1 Corintios 5:11)
Con los que confían en la ayuda de Dios y están dispuestos a ser enseñados humildemente: “dijo Jesús: Padre, Señor del cielo y de la tierra, te doy gracias porque has ocultado todo esto a los sabios y entendidos y se lo has revelado a los sencillos” (Mateo 11:25) La humildad y la modestia son requisitos indispensables para conocer y vivir las enseñanzas bíblicas.
Con este tipo de compañeros podemos animarnos a “permanecer firmes en la fe” (Hechos 14:22); a ‘comunicarnos algún don espiritual, para ser mutuamente confortados por la fe que nos es común’ (Romanos 1:11-12) y llegar “a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios” (Efesios 4:13) Con este tipo de hermanos podremos sentir como dice el salmo: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!” (Salmo 133:1)
¿DEBEMOS CONTAR CON PASTORES Y MAESTROS?
Efesios 4:11-16 dice lo siguiente:
“Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros, a fin de capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo. De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo.
Así ya no seremos niños, zarandeados por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de enseñanza y por la astucia y los artificios de quienes emplean artimañas engañosas. Más bien, al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo. Por su acción todo el cuerpo crece y se edifica en amor, sostenido y ajustado por todos los ligamentos, según la actividad propia de cada miembro.”
Este pasaje menciona que Jesús designó a apóstoles, profetas, evangelistas y pastores y maestros. Hay discusión sobre si la figura del apóstol tiene vigencia hoy día. Muchos sostienen que los apóstoles dejaron de ser al final del primer siglo o principios del segundo. De todos modos, tanto los apóstoles, profetas y evangelistas recorrían distintos lugares, y por lo general se les consideraban ambulantes, no eran miembros permanentes de una congregación local. En cambio, los pastores y maestros sí residían permanentemente con la iglesia. Los maestros tenían la función de conocer y transmitir oralmente la historia de la vida de Jesús. El papel de los maestros en aquel tiempo era importantísimo, porque a diferencia de hoy día, los miembros de una iglesia local no tenían otro modo de aprender el evangelio, salvo escuchando a los maestros de la iglesia. El papel de los pastores (que al mismo tiempo también solían ser los maestros), incluía también el cuidar y guiar a los que formaban la iglesia.
¿Quiénes pueden ejercer de pastores y maestros hoy día? Quienes sientan ese llamado o ese don. En realidad todos los miembros de una iglesia deberían ser un poco el pastor de sus hermanos, pero es evidente que algunos con suficiente madurez espiritual se sienten especialmente llamados a cuidar de sus hermanos. ¿Es necesario algún un título u ordenación oficial para ejercer de pastor o maestro? En absoluto. Servir a los demás no está limitado por ningún título. El servicio a los hermanos es una actitud, no una posición. El que de verdad es pastor no necesita ser llamado "pastor"; simplemente se dedica a pastorear amorosamente a sus hermanos. ¿Y cuál debe ser el cometido del pastor o maestro? El pasaje lo dice claramente: Edificar el cuerpo de Cristo (ver. 12) en amor hasta ser en todo como Cristo (ver. 15-16). Por lo tanto, el cristiano que sienta el llamado de servir como pastor o maestro siempre debe tener presente que su principal función es estimular a los hermanos a reflejar en sus vidas las enseñanzas y el ejemplo de Cristo.
Comentarios
Publicar un comentario