La autoridad de Jesús
La gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. (Mateo 7:28–29).
Autoridad en la enseñanza
Es importante considerar la autoridad de Jesús porque si sus afirmaciones están bien fundadas podemos aceptar su enseñanza con confianza.
Su autoridad no era la que proviene de haber aprendido mucho: la autoridad de Jesús era esencialmente personal, una autoridad que venía de quien era él. Esto es evidente en el Sermón del Monte (Mateo 5-7), donde Jesús enseña muy claramente sobre cómo deben vivir los hombres y las mujeres, y sobre el propósito de Dios con ellos. Jesús implícitamente hace afirmaciones profundas sobre sí mismo, así como pronunciamientos definidos sobre cosas futuras que afectan a sus oyentes.
Cuando Jesús comienza por decir quiénes son los “bienaventurados”, lo hace con una finalidad; no hay un argumento, sino una simple afirmación de que los pobres de espíritu, los mansos, los que buscan la justicia, los misericordiosos y los pobres de corazón son benditos. Y además él nos dice por qué: que estas cualidades son buenas porque quienes las poseen tienen cualidades que pertenecen a una vida futura. De ellos es el reino de Dios, y ellos verán a Dios. Un simple maestro no puede hacer tales afirmaciones: estas se basan en el propósito de Dios. Sin embargo, Jesús siempre habla con la seguridad de quien tiene pleno conocimiento sobre el tema. El mismo conocimiento del propósito de Dios se ve cuando dice que el Padre sabe de las necesidades de sus hijos, y que quienes buscan primero el Reino de Dios y su justicia tendrán todo lo que necesitan (Mateo 6:32-3).
Autoridad sobre la vida futura
Algunos de sus palabras en estos capítulos se refieren específicamente a las condiciones en las que los hombres y mujeres pueden entrar en una vida futura. Indica que las condiciones no serán fáciles y no provocarán una respuesta popular.
“Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:13–14).
Quizás la más asombrosa de sus afirmaciones se refiere a su propia relación con el destino del hombre.
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21).
Jesús no acepta a nadie que diga seguirlo, que no viva obedientemente en la forma que él instruye. Es la voluntad de Dios la que debe hacerse; sin embargo, Jesús está claramente involucrado personalmente en juzgar el asunto. Él está involucrado directamente como el medio por el cual Dios toma, comunica y lleva a cabo sus decisiones. No solo esto, sino que Jesús explica que sus palabras son la base sobre la cual se determinará el futuro de hombres y mujeres.
Al presentar la historia de los dos constructores, Jesús dice:
“Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca… Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena” (Mateo 7:24–26).
No es de extrañar, entonces, que los hombres y mujeres que escucharon a Jesús reconocieron la autoridad con la que les enseñaba. Esta no era una autoridad hecha por el hombre o autoproclamada, esta era la autoridad de su asociación con Dios.
Explicando su autoridad
Entonces, ¿cuál era la fuente última de esta autoridad? Él mismo nos lo dice: es el Hijo de Dios, enviado por Dios con un mensaje que dar y una obra que hacer. Tanto el mensaje como la obra son fundamentales para que, en Jesús, Dios ofrezca al hombre y a la mujer la vida eterna. Leamos una selección de declaraciones del evangelio de Juan sobre este tema:
Hablando de sí mismo, Jesús dijo: “Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida. El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:34–36).
Les dijo, pues, Jesús: Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. (Juan 8:28).
Se confirma la tremenda importancia de tal mensaje, así como el efecto de rechazarlo: “El que me rechaza,, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero” (Juan 12:48).
Jesús reclamó una “doble” autoridad para su mensaje:
- Puesto que le fue dado por Dios, tiene la autoridad del mismo Todopoderoso;
- Como Hijo de Dios, sus palabras tienen importancia, viniendo de alguien tan grande.
La evidencia
La autoridad de Jesús se demostró a través de su enseñanza y a lo largo de su vida entre el pueblo de Israel. Consideraremos dos ejemplos, que resuenan con la “doble autoridad” descrita anteriormente.
Jesús demostró su autoridad en los milagros que realizó. Estos se llamaron “señales” en Juan 20:30, y eso es exactamente lo que fueron.
Los milagros o señales que Jesús llevó a cabo claramente iban más allá del poder humano y solo podían provenir de Dios. Pensemos en como resucitó a Lázaro de entre los muertos, alimentó a 5000 personas con cinco panes y dos peces y como calmó la tormenta en el mar de Galilea. En estos casos, Dios estaba demostrando que había enviado a Jesús, confirmando su autoridad. El apóstol Pedro confirma esto a los que escuchan en Jerusalén el día de Pentecostés, poco después de la ascensión de Jesús al cielo:
“Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él” (Hechos 2:22).
El segundo ejemplo también lo usa Pedro en Hechos 2, y es la resurrección de Jesús. En los versículos 25–36, usa conexiones con los Salmos 16 y 110 para mostrar que al resucitar a Jesús de entre los muertos, y al recibirlo después en el cielo, Dios mostraba a Jesús como ‘Señor y Cristo’.
Jesús resucitó de entre los muertos, un hecho que fue presenciado por más de 500 personas, algunas de las cuales escribieron su testimonio que podemos leer hoy en 1 Corintios 15:1–8. En esto Dios estaba demostrando que Jesús era el Cristo (el Mesías, o Ungido). No solo eso, sino que la resurrección, personificada en la tumba vacía, también era una garantía de que Jesús es el rey venidero del mundo. Fue otro apóstol, Pablo, quien proclamó en Atenas:
“Por cuanto [Dios] ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos (Hechos 17:31).
La autoridad de Jesús fue clara para sus oyentes y para aquellos que leen hoy sus palabras en la Biblia. Esta autoridad provino de quién era él, el Hijo de Dios, y de las cosas que dijo: el mensaje y la palabra de Dios. Las cosas que dijo fueron confirmadas por las cosas que hizo y su resurrección de entre los muertos. Podemos aceptar su enseñanza y construir nuestra vida alrededor de ella con confianza.
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